
28 Abr ¿Qué es una mujer?
No se nace hombre o mujer; posición masculina o femenina son efectos de discurso, por tanto me referiré a estas posiciones en lo que voy a decir a continuación, sea la que sea la anatomía del que hace una elección u otra, y no es que la anatomía sea sin efectos.
Freud llegó al final de su obra preguntándose por la femineidad; ¿qué quiere una mujer? era la formulación de su pregunta, y decía que las mujeres analistas tendrían que poder decir algo sobre ello.
Todos los analistas trataron, después de Freud, de dar cuenta de la femineidad, pero ella no se deja decir fácilmente. Por supuesto, el recurso a la maternidad no sirve, ya Freud sabía que lo que quiere una madre es el falo.
Lacan en su investigación logra escribir las fórmulas de la sexuación.
Para el hombre se puede escribir un universal: [(para todo x φx): todo sujeto masculino está sometido a la ley de la castración] el hombre no es sin tenerlo, el pene es el modo masculino de la castración; renunciará a su madre, como hizo su padre con la suya, y entrará en la serie de los hombres, todos sometidos a la función del falo; al precio de aceptar la prohibición del incesto, su potencia le sirve para “saberse”, creerse, hombre.
Se quiebra así, por un lado, el prejuicio que dice que Freud era misógino; vaya misoginia esa, cuya potencia es al precio de la castración. Por otro lado, que la potencia valga como signo viril lleva a veces a simplificaciones del orden de creer que la Viagra pueda hacer un hombre.
Para la mujer, Lacan tiene que forzar la lógica al punto de negar el cuantificador: (para no-todo x φ de x –fórmula del universal femenino-) para ella (x) la castración ( φ) no da cuenta de todo su goce, hay un más allá del que no puede decir nada, salvo que sabe que lo siente, aunque siente que no lo sabe. Ese goce no le vale para saberse mujer; también las mujeres, como Freud, se preguntan ¿qué es ser una mujer? Para ella también hay castración, pero es a la entrada del Edipo, y entonces la salida es diferente de la del varón. Dejo pendiente la lectura del existencial femenino, que habrá que trabajar con la negación modificada.
Pero ¿son tan distintos los hombres y las mujeres?
Cuando la doxa, la opinión general, decía que los hombres y las mujeres son iguales, que era injusto que se las considerara inferiores, dije muchas veces que el psicoanálisis permite entender que no son iguales, pero que diferente no es inferior, que hay una dificultad neurótica para pensar las diferencias (desde luego no sólo las mujeres).
Ahora, sin que ese discurso haya desaparecido, lo que se lleva es decir que son las mujeres las que son superiores, más buenas, más inteligentes, mejores médicos o psicoanalistas,… La cosa no es sin importancia: antes se elegía cualquier profesional, medico por ejemplo, porque era hombre, más que por su cualificación profesional, ahora es fundamental que sea mujer, más allá de su cualidad.
Parecería que se ha aceptado que efectivamente son diferentes, pero
nuevamente no, se sigue entendiendo diferente como superior – inferior, y no hemos avanzado un paso en la aceptación de la diferencia. Por supuesto en lo social los cambios habidos son importantes, no les vamos a restar méritos a las sufragistas. Pero puesto que se insiste en la diferencia, hoy voy a tratar de mostrar que a veces lo que no se soporta es lo parecido que somos los hombres y las mujeres, todos castrados, claro; y nuevamente, neurosis mediante, se considera la castración una desgracia.
Cualquier sujeto al nacer no es más que una pregunta para la que el Otro no tiene respuesta, el Otro no nombra al sujeto porque no hay palabra para ello (por más que los padres pongan un nombre a su hijo y eso no sea sin efectos); pero, puesto que el Otro habla, el sujeto trata de leer entre líneas qué quiere de él, ¿qué ve ese Otro omnipotente en mí, qué objeto soy para él?
La incertidumbre de qué quiere el Otro es fuente de angustia y así lo muestran los cuentos de miedo; ¿qué es lo horroroso del hombre del saco? Que no se sabe qué quiere, ni a donde nos va a llevar, ni qué cara tiene, ni… ; esa incertidumbre es fuente de angustia, y los cuentos infantiles son tranquilizantes porque dan respuesta a esa pregunta: la bruja, por ejemplo, sabemos lo que quiere, nos quiere comer; frente a eso tenemos recursos, la bruja es vieja, no ve bien, la podemos engañar con un hueso de pollo,… Da miedo, pero el miedo es ya una defensa frente a la angustia.
El fantasma inconsciente es el cuento que construye cada cual, tratando de responderse qué quiere el Otro de él, qué objeto es para el deseo del Otro; el sujeto se identificará a ese objeto, y mientras no se cuestione la certeza fantasmática, será desde esa posición que se relacionará con los otros.
Por otro lado, aunque el sujeto no sepa cómo lo ve el Otro, qué objeto es para su Madre, el primer Otro, aunque no sepa su deseo, sabe que algo le falta, y a lo que lo completaría, al falo, también trata de identificarse, para resolver su angustia. Pero esa es la identificación que, se sea hombre o mujer, el padre invita a abandonar, y la angustia reaparece bajo la forma de angustia de castración.
Cualquiera, cuando desea a otro, se propone como faltado, faltado de ese objeto que lo completaría, que le daría una satisfacción completa (promesa siempre incumplida que da motivo a las quejas de traición cuando se rompe el vínculo; la traición es de estructura) y pone al deseado en el lugar de objeto. Esta es otra forma de decir el fantasma, la primera era ¿qué objeto soy para el deseo del Otro? Esta es ¿qué objeto es el otro para mi deseo? La relación es siempre sujeto <> objeto (losange, el conector: mayor que, menor que, reunión, intersección, que puede leerse “deseo de”) sólo que esos lugares no son fijos: si nos situamos como sujeto convertimos al otro en un objeto, cuando nos ofrecemos como objeto, suponemos el Sujeto en el Otro. El fantasma es el soporte del deseo, de un deseo que coloca siempre al deseante en una posición de castrado y al deseado en posición de un objeto que no sabe cual es, y por tanto en una situación de angustia.
El fantasma es perverso, conlleva la angustia y eso tanto en los hombres
como en las mujeres. Se dice que los hombres son agresivos en su deseo, las mujeres también si se entiende como agresión lo que acabo de mostrar. La lista de las perversiones es corta. Esto no significa que todos somos perversos, la estructura perversa es otra cosa, no es lo mismo una fantasía que la puesta en acto de una escena.
Esta semejanza entre hombres y mujeres es la que me parece que no se soporta, uno de los factores que ha llevado a unos y otras a considerar a las mujeres no deseantes, para no angustiarse, y que lleva ahora a proponer una feminización de los hombres. La relación sexual antes prohibida ahora se rechaza, a veces bajo la forma de desprecio.
La diferencia, que desde luego la hay, lo que los diferencia como hombre y mujer es la relación al falo, “ella lo es sin tenerlo”, y “él no lo es sin tenerlo”. La castración es para ambos, del lado masculino el sometimiento a la ley le sirve de insignia, del lado femenino hay un más allá, pero del que no podrá decir nada.
Así, la mujer es “Otra” para sí misma, ese más allá la hace misteriosa para ella misma, y no sólo para el hombre. De la misma manera, cada mujer es, en parte, desconocida para otra mujer, lo que explica que Lacan diga que la homosexualidad femenina no existe; la relación entre dos mujeres no es entre iguales, será siempre hetero.
Vemos entonces que no hay respuesta para ¿qué es una mujer?, en el sentido de: una cualquiera, todas iguales, “La” mujer no existe. Cada una resolverá su identificación de un modo particular, pero podemos ver distintas posibilidades:
Algunas eligen la maternidad, de modo que el enigma de la femineidad quede excluido.
Otras se excluyen ellas del sexo, y hacen de la frigidez un nombre.
Otras se quedan sólo en el lado de la función fálica; sea en la posición del complejo de masculinidad, comportándose como los hombres, según las variaciones de la moda, sea en la posición de la reivindicación fálica, manteniendo la ecuación pene-falo.
Por último, las que eligen la posición de no-toda gozan de un más allá, que no deja de generarles desconcierto, cuando no inquietud. Eso explica que para algunas el hombre sea tan importante, él las nombra mujeres con su deseo; pero eso requiere que el hombre esté muy bien colocado en su lugar, porque el malentendido en este caso puede terminar muy fácilmente en maltrato.
Un maltratador es, por supuesto, un delincuente, pero mientras se crea que eso se solucionará con leyes, en vez de entender que no ha podido resolver sus problemas con la diferencia, no se avanzará un paso.
Angeles Moltó
Tarragona, mayo 2014