Pienso porque deseo

Pienso porque deseo

Sigmund Freud (1856-1939)

Freud. Pienso porque deseo

Freud es el ejemplo de cómo convertir la propia neurosis en motor de proyectos de vida, en su caso, de investigación; de cómo la inteligencia es un afecto, efecto del deseo.  Se trata de un sujeto con los mismos conflictos que cualquiera, con  las  dificultades de todo ser humano para constituirse como sujeto. La diferencia es que Freud no retrocede ante el deseo, sabe que no sabe, cuando descubre las  raíces  inconscientes  de  los síntomas de sus primeros pacientes, no duda en hurgar valientemente en    mismo; cuando las respuestas que encuentra no son acordes a la ideología de su época, debate, pero no renuncia; y cuando se equivoca, lo reconoce y rectifica.

Sigmund Freud nace en 1856 en Freiberg, Moravia, hijo de Jacob de 40 años y de Amalia de 20, la esposa.

Al nacer, Sigmund tenía ya dos hermanastros  de  un  matrimonio  anterior  del padre, que tenían la edad de su madre, y un  sobrino  de  su  edad, su  mayor  amigo y rival infantil.

Jacob Freud era un judío comerciante de lanas,  siempre falto  de recursos;  parece que no era demasiado  buen comerciante, extremo que Freud negará  hasta  su autoanálisis.

Entre los 2 y los 4 años se trasladan de Freiberg a Viena debido al antisemitismo en aumento en su ciudad natal, pero también a la  precaria  situación  económica  de  la familia, y a los problemas legales de un hermano del padre que hacía circular  rublos falsos. A Freud no le gustaba recordar ni los negocios ilegales, ni las dificultades económicas, de su familia. Toda la vida dirá que echa de menos su tierra natal.

De esta época tan temprana Freud relata tres recuerdos:

  • la impresión que le causó ver un día  desnuda a  su  madre,  durante un viaje en tren. La impresión fue tan fuerte, que 40 años más tarde para contárselo a  Fliess usa el latín (matrem nudam)
  • el miedo a los trenes,
  • y que sus hermanos mayores se fueron a Inglaterra, lugar idealizado.

Hasta los 10 años nacen sus cuatro hermanas y un hermano, lo que acrecienta los problemas económicos de la familia y sus celos, que reconocerá más adelante como una fuente importante de sufrimiento.

A los 2´5 años, todavía en Freiberg, y coincidiendo con el nacimiento de Anna –su primera hermana-, Phillip -uno de sus hermanastros- acusó a su niñera de robo y la echaron. Para Sigmund estaba claro que el culpable de la desaparición de su  querida niñera era el hermanastro, por  tanto ¿sería  también  el  responsable del nacimiento de   esa hermanita?: lo que se cuenta en la historia familiar es que  una  vez  que  no encontraba a su madre, fue a este hermanastro a quien preguntó angustiado si también había sido “encajonada” (einkasteln- encajonar, fam.- meter en prisión). Descubrirá la importancia de esos juegos de palabras en su autoanálisis.

Siendo bebé una anciana pronostica a la madre un futuro brillante para su hijo.

A los 4 – 5 años ensucia una silla de papilla y le dice a su madre que cuando sea grande e importante le comprará otra.

A los 8 se hace pis en la habitación de los padres y su padre le dice que no llegará a nada; él vuelve a asegurar que de mayor le comprará al padre  una  colcha  nueva. Cuando, 40 años después cuenta la anécdota, dice que esas palabras del padre le habían atormentado toda la vida.

A los 10 años un poeta callejero le augura que llegará a ministro. Salvo en esa ocasión en que el padre perdió la paciencia:

  • la madre lo adoraba, y lógicamente también lo sometía a su exigencia; lo llamaba “áureo Sigi” y esperaba de él algo excepcional. Amalia  muere  en  1930, sólo 9 años antes que su hijo.
  • el padre era un viejo tolerante y optimista, que le permitió estudiar hasta los 25 años, lo que en esa época en su situación económica estaba fuera de lo razonable.
  • era el único que tenía habitación propia, y los hermanos estaban obligados a guardar silencio para que él pudiera estudiar.
  • sus opiniones, incluso acerca de sus hermanos, eran escuchadas por sus padres.

Todo esto era para él un estímulo, pero también motivo de exigencia y sufrimiento;

los privilegios tenían  un  precio: estaba sometido a  una fuerte presión, tanta expectativa lo ponía en la tesitura de no poder fallar nunca.

Las expectativas de la madre tendrán un importante peso en su  interés  y  su esfuerzo, no podía defraudarla.

La mezcla de generaciones en su familia era un buen acicate para un niño curioso:

¿ese  padre-abuelo sería  el  preferido  de su  hermosa  madre? desde luego dormía con él;

¿o el culpable de la llegada de Anna era Phillip?; y… ¿qué tendrían que ver el uno o el  otro con la llegada de la molesta rival?

Y el deseo de superar al padre, y de demostrarle que  se  había  equivocado  en aquella ocasión, cuando le pronosticó que no llegaría a nada, tampoco carecía de importancia. A los  10 o  12 años su  padre le contó que unos antisemitas le habían tirado  el gorro al suelo; el joven Freud esperaba una reacción heroica del padre, pero éste le  contó que se había limitado a recoger su sombrero. De mayor, a la luz de este episodio, interpretó como una identificación, su admiración por Aníbal, que superó a Amilcar y entró en Roma.

Nunca dejó de plantar cara a los antisemitas; el mismo coraje con que defendió sus puntos de vista científicos, lo mostró respecto a sus ideales sociales,  o  a  la  hora  de morir.

Tuvo siempre excelentes resultados académicos y gran facilidad  para los  idiomas.  Le interesaban las letras y las ciencias; recuerda desde siempre su afán por saber, su curiosidad, iniciada, como descubrirá más adelante, a partir de la curiosidad sexual infantil.

Durante el bachillerato fue un alumno brillante, siempre el 1º de la clase. En estos años fundó la “Academia española” con su amigo Silverstein, para aprender español leyendo a Cervantes; él era Cipión y su amigo Berganza, los  dos  personajes  del  “Diálogo de perros”.  Cuando muchos  años más tarde se  publica  su  obra en  castellano, él mismo elogia la corrección de la traducción.

En 1873, a los 17 años, empieza medicina, pero dedica todo el primer año a temas humanísticos; uno de sus profesores es Brentano.

Brentano planteaba que el verdadero método de la filosofía es la  ciencia natural, y que el verdadero método de la ciencia natural es la filosofía; decía que había que fundamentar la metafísica en el análisis riguroso de los conceptos empleados y en el estudio de las diversas categorías del lenguaje. Años más tarde Freud le contará a Jones que de joven se había sentido muy atraído por  la  especulación,  pero  que  había refrenado despiadadamente esa tendencia por miedo a perderse en un cenagal.

Se sentía más seguro en el estudio de la naturaleza, y desde el año 76 sus prácticas tienden mayoritariamente hacia  las investigaciones del  laboratorio  de la facultad. Llega a destacar en este ámbito, y estuvo  a  punto  de  descubrimientos  importantes  en  el campo de  las neuronas. Había leído a los empiristas  ingleses,  y  admiraba profundamente a Brücke, el jefe del laboratorio, enmarcado en el positivismo.

Con los años Freud aplicará los principios de la ciencia de Brücke a un campo que éste no habría creído posible, cumpliendo, sin conciencia, el método propuesto por Brentano. El psicoanálisis, como todas las ciencias, se consagra a “la búsqueda de la verdad y a desenmascarar ilusiones”, dirá Freud muchos años después; definición de ciencia que habrían podido suscribir dos pensadores tan alejados como Brücke  y Brentano.

Estudió medicina porque decía que los secretos que más le interesaban eran los del hombre, pero le atraía  mucho  más la investigación  que la práctica clínica. Desde antes  de terminar la carrera ya colaboraba en  los  laboratorios  universitarios,  y  cuando  terminó los estudios siguió en ello, a pesar de no ser una actividad remunerada. Tendrá que ser el propio jefe del laboratorio, Brücke, quien en 1882 le diga que tiene que comenzar la actividad clínica porque su  falta  de recursos económicos no es compatible con la investigación.

Junto a su interés, seriedad y capacidad de trabajo, Freud tenía 2 problemas:

  • nunca quedaba satisfecho de mismo;
  • y el jefe-profesor era completamente idealizado o despreciado. Sirva de ejemplo que puso a sus hijos los nombres de los jefes, idealizados a lo largo de su formación.

Vemos que la rivalidad con el padre es un  motor  en  su  trabajo para  sus  logros, pero a la  vez  una fuente importante de sentimientos agresivos y  de culpa. Quiere llegar  a algo para que su padre pueda estar  orgulloso  de él;  pero  también  para  superarlo, para demostrarle que el que no vale nada es el padre. Tan pronto lo  compara  con Amilcar, como lo ve despreciable recogiendo su sombrero, como necesita tapar sus defectos como comerciante.

A los 22 años, durante su carrera y  trabajando ya con  Brücke, conoce  a  J.  Breuer, 14 años mayor que él, de quien recibirá apoyo moral y  material  durante  muchos  años, desde 1878 a 1890.

1882 (tenía 26 años) es un año lleno de acontecimientos:

  • Brücke lo recomienda en el Hospital General de Viena para que empiece su práctica clínica;
  • conoce a Martha, su futura esposa, y aparece por primera vez la importancia del dinero. Es un novio celoso; ese sentimiento que lo ha hecho sufrir  siempre y  que lo acompañará hasta que emprenda su autoanálisis;
  • Breuer le cuenta el caso de Anna O. , “finalizado” 6 meses antes.

Pasó 3 años de  médico interno en el Hospital,  preparándose  para  atender  pacientes. Aunque él  dirá que la  práctica médica no era lo  que más lo satisfacía,  tanto  en el hospital como años antes en el ejército se le consideró un buen médico, atento y profesional. Tras probar en varias especialidades se decanta  por  la  cátedra  de psiquiatría de Meynert, que era un determinista estricto, a  cuyo  juicio  la  mente  obedecía a un orden fundamental  oculto,  todavía  no  descubierto. A  Freud  le interesó esa posición, pero de momento, en la correspondencia de  pequeño burgués  conservador, dirigida a su novia durante 4  años, no se  entrevé al futuro descubridor de ese orden fundamental oculto.

Esos 3 años culminan con la obtención de una beca para ir a Paris a estudiar con Charcot, el famoso psiquiatra, durante 6 meses. Este encuentro cambia su vida: la  poderosa presencia del maestro le borró toda nostalgia  del microscopio, le  impresionó  ver inducir y curar histerias por medio de la hipnosis, o cómo  su  nuevo  maestro distinguía una neurastenia de un tumor cerebral,  dolencias,  cuyos  síntomas,  las  mayores autoridades de Viena confundían. A partir de ese momento se dedicó con el mismo rigor científico anterior a investigar los procesos mentales.

Vuelve a Viena en 1886 entusiasmado con sus nuevos conocimientos, se establece como médico privado para atender  pacientes  aquejados de enfermedades nerviosas, lo que le permite conjugar práctica clínica e investigación. Se casa fuera de todo  rito religioso. Inmediatamente traduce parte de la obra de Charcot, y 2  años  después  el tratado de Bernheim; éste proponía que no sólo las histéricas podían ser hipnotizadas, como decía Charcot, sino cualquiera. En 1889 viaja a Nancy para perfeccionar su técnica con Bernheim.

En ese momento deja de ser la joven promesa  que  había  sido  siempre  y  se convierte en el adulto que tiene que responder a  esa  promesa;  su  neurosis  empeora según su propio testimonio:

  • se desalienta por su falta de capacidad;
  • la histeria y la hipnosis no se consideran auténtica medicina, y se siente abandonado por esos maestros a los que tanto admiraba;
  • su entusiasmo por Charcot no es compartido por los médicos vieneses;
  • se siente culpable por haber recomendado muchos años antes la cocaína a  un colega para luchar contra la adicción a la morfina,  lo  que  acaba  revelándose  como un error;
  • está empeñado en demostrar a Brücke y Meynert, ambos positivistas, que su investigación no se aparta del terreno científico.

Vemos que sus sufrimientos se deben a factores inconscientes, porque:

  • jamás sus antiguos profesores lo acusaron de apartarse de la ciencia;
  • desde que volvió de París sus colegas mayores lo propusieron  para  que  ascendiera en la  universidad  desde el puesto de Privatdozent que tenía  antes de su partida;
  • y, a pesar de que criticaban sus teorías psíquicas, no dejaron  de  mandarle pacientes y de valorar sus aportaciones a la neurología.

Pero es cierto que la cátedra que a algunos les costaba 4 o 5 años conseguir, para él  fue un proceso de 17 años, debido a ser judío, a sus teorías escandalosas, y a su propia posición quejosa, que no pudo cambiar hasta 1902, con su “autoanálisis”.

El episodio de la cocaína ha sido uno de los puntos que ha sido tomado por las posiciones antipsicoanalíticas para criticar a Freud. Fue uno de  los  primeros  en investigar esta sustancia como anestésico local y como tal se lo recomendó a su  amigo;  por otro lado se sabe que él mismo la tomó en pequeñas dosis para escribir de noche, y  que la recomendaba a Martha. Cuando más adelante se supo de sus  propiedades  adictivas, le comentó a uno de sus alumnos (Jones), que la cocaína no había generado nunca adicción  en  él,  que era una sustancia que podía tomar o  dejar sin  problema, que su única adicción eran los cigarros; que en las adicciones lo fundamental no  es  la sustancia sino la economía psíquica del sujeto, que las adicciones  son  siempre  un sustituto de la masturbación, y que para él el placer que generaba el tabaco no era comparable al de la cocaína en absoluto.

Freud establecía lazos de amistad y admiración muy fuertes con sus colegas y maestros, pero eran lazos muy ambivalentes, que  acababan transformándose en decepción y odio. Como ya dije, la admiración lo llevó a poner los nombres de sus maestros a sus hijos, pero todos y cada uno de esos maestros lo decepcionó en algún momento, tanto más, cuanto más se alejaba la teorización freudiana de los criterios establecidos y más necesitaba el descubridor del inconsciente la aprobación de sus  colegas.

En 1887 conoce a W. Fliess en casa de Breuer, con quien también está empezando a tener problemas.

El descubridor del inconsciente ve en el proceso  de Ana  O.  un  caso ejemplar. Se  trata de una muchacha de 21 años que consultó con Breuer  porque, cuidando a  su  padre muy enfermo, aparecen una serie de síntomas: falta de apetito, diversas parálisis, problemas  de  visión,…;  al morir el padre los síntomas se agravan. Breuer la trata con hipnosis al  principio, pero luego ella misma cae en una especie de estados hipnoides, que  le  permiten  ir encontrando las relaciones entre sus dolencias y las emociones  respecto al  padre que tiene que sofocar. A los dos años Breuer da por finalizado el tratamiento.

Freud, que está empezando a utilizar el método  de  “limpieza  de  la  chimenea” como llamaba Ana O. a ese modo de hablar, registra  que en  el  discurso de sus pacientes la sexualidad aparece continuamente asociada a sus dolencias, y va aceptando que este tema se haga cada vez más presente entre las causas de la histeria. Por eso le llama la atención la  poca  tendencia erótica  de Bertha (nombre de Ana O.) en  el  relato de Breuer, y lo cuestiona en ese sentido. Este le confiesa que era un  tema  recurrente,  y  que incluso al final la paciente tenía la fantasía  de estar embarazada de su  médico; pero que no pensó que fuese importante, que ese tema no le  gustaba, y  que por  eso  la  derivó. Para Freud era una posición anticientífica intolerable, fue una enorme decepción, decía  que Breuer había tenido el misterio de las neurosis al alcance de la mano y lo  había dejado caer.

Ya antes de inventar el psicoanálisis, con su rigor científico de que los hechos  debían  tener  una  explicación,  toma nota del enamoramiento de la paciente hacia  su  médico,  del comentario  de Charcot  de que  en  la  histeria  está siempre la chose sexuelle, o de lo que le había comentado el ginecólogo Chrobak al remitirle una paciente: “necesita un pene normal en cantidad respetable, lo que su marido nunca le podrá dar”, como datos a incluir en su investigación.

Esa era una parte importante de su valentía, en la tarea científica no se dejaba llevar por los  tópicos y prejuicios.

Años después, en 1895, Breuer consentirá finalmente en publicar el caso, pero cada cual se hace cargo de la redacción de su aportación, donde  se  pueden  leer  las  diferencias que los separan; la relación entre los dos amigos está ya rota.

De modo que, siempre necesitado de vínculos masculinos idealizados, se coge  a Fliess como a un clavo ardiendo; imagina en su nuevo amigo toda clase de adornos intelectuales, que más tarde tendrá que reconocer como errores. Fliess, un otorrino que vivía en Berlín, no se escandaliza de nada, y aunque sus teorías numerológicas han demostrado no ser más que supersticiones, es el “Otro”  que  Freud  necesita  para  contarle no sólo sus teorías, sus dudas, y sus decepciones, sino  también  su  “autoanálisis”. Freud puso a  Fliess en  el lugar de su analista, le contó lo que un hombre  de su condición no le contaría más que a su analista: sus síntomas, sus miedos, y sus recuerdos infantiles, parecidos a los de sus pacientes; además de la teoría que iba deduciendo del trabajo con sus pacientes y consigo mismo.

Durante los primeros años le habla de sus avances en la etiología de las neurosis, basados en su teoría de la seducción, en su construcción del aparato psíquico, tal como aparece en el “Proyecto..”, y de cómo va abandonando la hipnosis y dibujando el dispositivo analítico.

En cuanto a lo personal, se le ve ocupado en cuestiones cotidianas: la salud de sus hijos, la precariedad económica,… Su auténtico sufrimiento era que  nadie  salvo  él, Fliess, lo tomaba en serio, que ninguno de sus colegas y maestros, que tan importantes habían sido para él, aceptaba sus tesis, que no podía hablar con nadie, que incluso su mujer, no veía en sus teorías apenas más que pornografía; al mismo tiempo que se reprochaba escribir unos informes que parecían novelas más que escritos científicos.

Cada vez más va incluyendo el análisis de sus propios síntomas y sueños en sus cartas, de modo que se convierten en su autoanálisis con alguien que ocupa un lugar transferencial. De modo que podemos decir, como analizantes, que para  analista  basta con Fliess, que la teoría psicoanalítica es el resultado de Freud analizante.

Es notable que el primer sueño propio que Freud trabaja completamente “La inyección de Irma” de 1895, contiene el primer cuestionamiento serio de Fliess,  que en una intervención quirúrgica ha puesto en riesgo la vida de una paciente derivada por Freud; pero lo sigue necesitando y lo exculpa.

La relación, muy asidua durante más  de 15 años,  es  fundamentalmente epistolar; las cartas de Freud se conservan y son el documento donde podemos leer su “autoanálisis” con Fliess.

Desde 1886 a 1896, en que muere su padre:

  • modifica la técnica  desde la hipnosis de Charcot,  al  método catártico  de Breuer (Ana O.), y finalmente a la asociación libre que es propiamente la invención del método psicoanalítico (también inventado en parte por una paciente, que le decía que se callara y la dejara hablar);
  • y elabora la teoría desde la falta de satisfacción sexual como  origen  de  las neurosis, pasando por la teoría de la seducción, que lo conducirá a la teoría fantasmática. Todo ello en medio del rechazo social,  que,  como  ya  dije,  era mayor en su fantasía que en realidad, agarrado a Fliess, y cada vez más lleno de síntomas:
  • trabaja el miedo a viajar en tren;
  • el miedo a morir, fantaseando con la fecha de su muerte ayudado por  la  teoría  de los números de Fliess;
  • los dolores cardíacos que le hacían temer un infarto;
  • momentos depresivos en que la inhibición para pensar y escribir era completa; “Nadie es tan grande, dirá él mismo más adelante en su estudio sobre Leonardo da Vinci, como para que sea una desgracia para él estar sometido a las leyes  que gobiernan con igual severidad la actitud normal y la patológica”.

Su valentía y su actitud científica lo hacen inasequible al desaliento:

  • si él tiene esos síntomas, piensa, por algo será, y a partir de  1895  empieza  a escribir a Fliess que el paciente que más trabajo le da es él mismo, a pesar de que también dice que el autoanálisis es imposible, porque es contrario a  la estructura  de la neurosis. Pone a Fliess en ese  lugar  de Otro, lo  dice él mismo y lo escribe  con mayúscula; lo considera un científico superior, que lo escucha  mejor  que nadie, que incluso sabe mejor que él, Freud, lo que piensa. Los primeros años le hacía caso en todo, incluso trata de dejar de fumar; le cuenta todos sus asuntos familiares, las dudas sobre sus pacientes, y le envía el “Proyecto…”. Lo más importante que hace Fliess en esa relación  es callarse; en realidad  es un diálogo  de sordos donde cada cual habla de lo suyo. Freud  hace  un  autoanálisis,  en  el que Fliess ocupa el lugar de la transferencia; lo que no ha dejado de tener consecuencias para el psicoanálisis.
  • si la teoría  del trauma sexual por la seducción de un adulto es inverosímil (1897  no cree en su neurótica), por algo tantos pacientes fantasean con haber sufrido abusos paternos;
  • varios médicos le  habían  comentado que la  histeria era un asunto de cama, que   lo que necesitaban esas mujeres era un pene normal en  dosis respetables,…etc., pero ninguno había tomado seriamente su propia palabra y menos la de las pacientes.
  • pacientes.

Toda la diferencia de Freud es su deseo de saber; incluso en 1897 cuando le dice a Fliess que ya no cree en su “neurótica”, no deja de escucharlas; sostiene que tiene que escucharlas mejor, porque la verdad no puede ir a buscarla a otra parte. Los síntomas tienen que tener un sentido, un sentido inconsciente,  y  esa  verdad  inconsciente  se  revela en la palabra del paciente.

Repetía, cada vez que se atascaba en su investigación, la frase de Charcot: “la teoría está muy bien, pero no impide que los hechos existan”.

En octubre de 1896 muere su padre, y eso marca una inflexión en su autoanálisis. Primero cuestiona su teoría de la seducción  en 1897 en  la  carta que dice “ya no creo  en mi neurótica”, luego empieza a encontrar en sí mismo los rasgos edípicos que descubre regularmente en cada caso.

Recuerda la impresión que le causó y el deseo que le despertó ver a su  madre desnuda en un tren entre los 2 y los 4  años, y  lo  relaciona con  su  miedo a  viajar; los celos que le despertó el nacimiento de  su  hermanita,  la  confusión  que  representaba para él la diferencia de edad entre sus padres.

El periodo álgido de su “autoanálisis” fue entre 1897 a 1900, luego en 1902  dio nuevos frutos, y Freud dirá que después es un trabajo propio para toda la vida.

Entre 1897 y 1900 descubrió en sí mismo tendencias incestuosas hacia su madre y hostilidad hacia su padre, también tendencias incestuosas hacia sus hijos y una enorme ambivalencia hacia los colegas. En  esta  época  empieza a sospechar de la universalidad del complejo de Edipo. Durante este periodo hay  un  momento de rechazo a  Fliess, pero se da cuenta que se trata de un rechazo transferencial  que  tiene  que  ver  con  su dificultad para admitir lo que está descubriendo en su análisis.

Con el cambio de siglo dice que gracias al análisis está mucho mejor y  la  relación  con Fliess empieza a caer. Muchos años más tarde dirá a sus colegas que el tinte homosexual de esa relación era indudable, y que su gusto por  las  mujeres  no empaña para él el placer  de la  camaradería. Desde luego era  mucho  más “moderno”  de lo  que lo es ahora cualquiera.

En 1902 hace un viaje en tren sin problemas, y consigue entrar en  Roma  como Anibal; a la vuelta consigue “rebajarse” a pedir influencias para ascender  en  la universidad y accede a su cátedra.

La idealización de la figura paterna fue algo nunca acabado de trabajar en este  análisis inaugural del psicoanálisis, eso le dificultó el análisis de Dora,  o  le  llevó  a fundar una asociación de psicoanalistas de estructura patriarcal, por ejemplo.

Dejó muchos puntos  pendientes de  seguir estudiándose,  y  muchas  ideas insinuadas que seguimos tratando de desarrollar,  pero representa  un avance sustancial en la historia del pensamiento, una auténtica revolución: que el sujeto no es ajeno a la ciencia, que no podemos preguntar a lo real nada más que en función de nuestro deseo.

Angeles Moltó