
02 Nov Kojève XII
Ensayo de una historia razonada de la filosofía pagana II (clase 4)
La Paratesis tética de Platón
II –El desarrollo de Platón de la noción platónica del Concepto
Parece que es Platón el primero en introducir la Energo-logía de Demócrito en la Filosofía. Desde luego, a partir de él la Filosofía no se contentará más con el estudio de los fenómenos y el del Discurso que habla de ellos, situando ese piso de la Realidad-objetiva entre Fenomenología y el estudio del Concepto. Pero es claro que el Sistema no estaba claramente constituido todavía y ni siquiera cada uno de los tres dominios estaba netamente circunscrito.
Platón percibió que para hablar sin contradecirse del Más allá de la Existencia-empírica necesitaba desdoblarlo, y para eso la aportación de Demócrito era apropiada e imprescindible; aunque con esa doble trascendencia quedara claro que entonces el Discurso mismo no pudiera ser ni objetivo, como se suele suponer de los fenómenos empíricos, ni real. Es obvio que, a partir de Platón, la Filosofía no necesita situarse enfrentada a la Ciencia, se trata de otro paradigma, aunque muchos de los que se dicen filósofos no lo saben.
Es claro que el Sistema Filosófico del Saber no fue desarrollado de forma coherente y completa hasta Hegel, pero la tarea de la Filosofía fue, a partir de Platón, la construcción adecuada de ese sistema ternario.
A partir de aquí Kojève desarrolla en su lenguaje hegeliano lo que considera el platonismo auténtico, desarrollando por separado la Onto-logía y Fenómeno-logía platónicas, intercalando la Energo-logía que Platón desarrolla, aunque de forma inadecuada e incompleta, bajo el nombre de Ideo-logía.
- La Onto-logía (o Teología) platónica
Platón ya sabía, porque Parménides lo había establecido, que la Filosofía habla del Discurso y particularmente del Discurso que ella es. Ese discurso verdadero de la Sabiduría tenía que ser Uno y único, si no la Sabiduría que busca la Filosofía sería imposible.
Si, por definición todo discurso tiene un sentido -y sólo uno respecto a la Noción que desarrolla, en la medida que no se contradice- hay un Sentido uni-total que resume todos los discursos coherentes, que está implícito en la Noción una y única cuyo morfema (cualquiera) encarna ese Sentido. Ese Sentido no es explicitado de manera correcta y completa sino por el conjunto coherente de todos los discursos coherentes.
Cada uno de estos discursos tiene, entonces, un sentido más explícito que el de la Noción uni-total no desarrollado discursivamente. Estos discursos evidentemente no deben contener contradicciones en ese sentido explícito, pero tampoco con lo que implique implícitamente. Todo discurso auténtico deben tener un solo y único Sentido total, explicitado por el conjunto de los discursos e implícito en cada uno de ellos.
Platón no es heraclitiano porque sabe que, si todo es irreductiblemente múltiple, el Discurso mismo es imposible porque deviene contradictorio; pero sabe también que si el Ser es el Uno solo, el Discurso también deviene imposible, porque lleva al silencio. Ese Uno solo -que no puede existir empíricamente en tanto fenómeno, ni ser objetivamente Real en tanto Idea, no es más que la nulidad de la que no se puede hablar- lleva a la Trascendencia absoluta que no se revela sino en el Silencio absoluto de un Absoluto del que sólo se puede decir que es inefable. El Uno solo es trascendente respecto al Discurso, no se lo puede afirmar ni negar discursivamente.
En el “Parménides” no dice explícitamente que sean necesarios Dos para que el Discurso sea posible, porque hay discursos que no lo necesitan –p.ej. los discursos teóricos-; es en el Teeteto donde explica que una posición sin ninguna negación lleva necesariamente al silencio, que para que una noción sea auténtica, dotada de un sentido A desarrollable, es necesario que haya una noción contraria no-A, es decir B o Z.
No parece que Parménides hubiese descubierto que su Discurso llegaba al silencio porque el Uno solo es necesariamente inefable. Heráclito tampoco lo dice, aunque puede deducirse de su posición de que los contrarios están siempre presentes, que cualquier cosa que se diga es también su contraria, que está implícita. Aquello de lo que se habla es siempre Dos, y no hay para Heráclito nada por fuera del Discurso que dice todo y contradice todo lo que ha dicho.
La paratesis de Platón es más tética que antitética, aprende de Parménides la unicidad necesaria del discurso filosófico, pero no quiere quedarse en el silencio inefable del Uno solo, quiere hablar; entonces, toma el Dos de Heráclito sin devenir heraclitiano, no quiere hablar para contradecirse sin fin; Platón busca, como Sócrates, la Sabiduría discursiva.
Parece que vio en la enseñanza de Sócrates que el lazo entre un sentido dado y un morfema cualquiera era arbitrario (con Lacan diremos contingente); percibió que discursos distintos emitidos en lugares o momentos diferentes pueden tener el mismo sentido, que finalmente, los discursos –el morfema cualquiera al que se liga un sentido- sólo pueden tener un sentido si el Sentido es uno y único, necesario e idéntico a sí mismo.
Platón llamó Saber (episteme) (lo que en Hegel es Sistema del Saber) al conjunto de discurso que tienen siempre y en todo lugar el mismo sentido, cuales quiera que sean los morfemas que lo encarnan. Ese sentido discursivo uno y único es lo que llama la Verdad discursiva (aletheia); y en la medida en que ese Sentido se refiere a alguna Cosa que le corresponde puede ser llamado el Ser verdadero. Entonces si el Saber debe revelar la Verdad discursiva que tiene que ser necesariamente una, el Ser verdadero tiene que ser uno también y ese es el Uno de Parménides.
Siendo que Platón sabía que el Uno-solo eleático no correspondía a la Verdad discursiva, y que el Dos del sentido discursivo de Heráclito no podía llevar jamás a la Verdad discursiva de Sócrates, planteó que el Ser verdadero tiene que ser a la vez Dos, para poder hablar, y Uno para que tenga un sentido uno y único, de modo que pueda concebirse una Verdad discursiva.
Si el Ser verdadero tiene que ser a la vez Dos y Uno, podría parecer obvio, desde hoy, que entonces debería ser Tres; pero la Filosofía debió esperar al trinitarismo teológico cristiano para buscar ese Tres donde Parménides no vio más que Uno y Heráclito Dos. La búsqueda filosófica de ese tercer término sólo pudo empezar con Descartes para acabar en Hegel. Por supuesto Platón no encontró esa síntesis, para arreglárselas con su contradicción entre el Uno y el Dos dividió el Ser verdadero entre lo Verdadero que es Uno y el Ser que sería Dos.
Si llamamos No-ser a aquello de lo que no se habla salvo para decir que es inefable y Ser al conjunto de aquello de lo que se puede hablar, hay tres elementos: el Ser, la Nada y su diferencia. Pero para Platón el Ser-Uno llevaba al silencio, como había aprendido con Parménides, y para poder seguir hablando, como proponía Sócrates, necesitaba que el Ser fuera Dos, como en Heráclito; no podía ver ahí tres elementos.
Para Kojève es evidente que Ser Y Nada son tres elementos, y ese planteamiento, nos muestra otra vía para percibir que filosofía y psicoanálisis tienen paradigmas diferentes: Freud frente a algo que puede ser uno pero también dos lo que hace es construir una negación que le permite salir de la lógica bivalente.
Pero Platón no tiene en cuenta ese tercer elemento, conector o diferencia, porque quiere sostener la tesis de Parménides de que el Ser es y el No-ser no es. Para él la diferencia con Parménides es que no acepta el silencio que conlleva la tesis parmenidiana y por eso añade el postulado heraclitiano de que hablar de lo que Es implica estar hablando también de lo que No-es, de modo que el Ser no es Uno-solo sino Dos. Ese añadido, que constituye su planteamiento paratético, no lo hace heraclitiano porque porque Platón no acepta que entonces se puede hablar sin fin porque la contradicción es inevitable, él quiere decir todo lo que pueda decirse sobre el Ser que es y sólo callarse cuando todo lo posible haya sido dicho o ante el No-ser que no puede decirse.
Platón no rechaza el Silencio parmenidiano que revela lo Absoluto, lo considera la meta del Discurso, al que sólo se llegará cuando todo lo que Es haya sido dicho, pero se da cuenta que no consigue decir todo de lo que Es, ni siquiera todo de lo que se dice. Así, según Kojève, en último análisis, lo que Platón viene a decir es que hay un Algo de lo que es imposible hablar, aunque uno hubiera querido, y seguramente también debido, hablar.
Platón percibe que no se puede decir todo, que el Silencio que aparece cuando parece haberse dicho todo, convierte el deseo de seguir hablando en imposible.
Por tanto el Silencio no es absoluto sino si el Discurso es total y el Discurso no es total sino si muestra discursivamente su imposibilidad de prolongarse. Entonces, por definición, el Discurso total es la Verdad sólo si muestra la necesidad del Silencio.
Si la Verdad discursiva se refiere a lo Verdadero que le corresponde, éste se revela en cuanto Verdad tanto por el Discurso como por el Silencio absoluto. Así, para Platón lo Verdadero es el Uno-solo de Parménides, sin el cual no habría Verdad discursiva.
El Discurso platónico es por tanto consistente -sin contradicción- y completo -no admite un elemento más luego de ser cerrado por el silencio-.
El Silencio absoluto es uno, indivisible, pero el Discurso es múltiple. La Verdad no es discursiva sino porque el Ser del que se habla es necesariamente dos. De manera que en la Paratesis tética platónica el Uno es absolutamente silencioso e inefable porque es uno, y no un elemento del Ser-dado, sino completamente trascendente en relación al Ser del que se habla, que es exclusivamente Dos.
Así el Uno-solo de Parménides es para Platón el Absoluto trascendente -del que no se puede hablar- que los platónicos llaman Dios; siendo el Ser del que se habla Dos, en el sentido que se escinde entre lo que es de verdad y lo que parece ser sin ser de verdad. En otras palabras: Platón habla de una Realidad-objetiva ideal, más allá de la Existencia-empírica de los fenómenos.
Lo Verdadero -que es uno, que no es, pero que garantiza la verdad del discurso, que habla de lo que es siendo dos– se sitúa, entonces, más allá de un Mas-allá.
El Uno de Platón se sitúa donde el Sistema de Saber hegeliano sitúa la Ontología, aunque no es un contenido ontológico sino una Teología discursiva, que se contenta diciendo que no se puede hablar de Dios.
Platón reconoce que no se puede decir nada de su Dios, pero ello no nos permite reducir su Sistema filosófico a sólo dos pisos -Energología y Fenomenología-, porque eso desfiguraría completamente el platonismo auténtico.
Platón llama Uno, Bien o Dios a lo que la terminología hegeliana llama Ser. Hay pues una Ontología platónica, aunque Platón no la desarrolle sino de forma inadecuada como Teología.
El Ser divino es Uno-solo, por tanto puntual, sin estructura, no es la Espacio-temporalidad, sino la Eternidad, el Uno parmenidiano.
Platón pone en relación el Dos profano con el Uno divino, situando a éste más allá. En tanto discursivo el Dos es Verdad en y por su puesta en relación con lo Verdadero que es Uno. La Verdad es eterna puesto que es siempre y en todo lugar igual a sí misma, pero no una sino múltiple; es por tanto lo Eterno discursivo pero no la Eternidad inefable, aunque lo es precisamente por su relación con la Eternidad que se sitúa por fuera de lo Eterno.
Siendo lo Eterno Verdad discursiva, se refiere a otro Eterno del que habla, que le corresponde en la duración-extensión de la Existencia-empírica, con la que la Eternidad no tiene relación alguna. Por ser Dos, lo Eterno no es pues sólo el Sentido del Discurso ni sólo aquello de lo que habla, sino el Sentido mismo.
Lo Eterno es pues el Concepto, pero sólo en la medida que está relacionado con la eternidad exterior a él.
La Onto-logía paratética de Platón acaba siendo contradictoria consigo misma. Es una Teología discursiva, que sólo habla de Dios para decir que es inefable y que no puede decirse nada de él. Es un Dios que es la Eternidad, situado fuera del Concepto eterno, que es , por definición, discursivamente desarrollable, en tanto sentido de la noción Concepto, sea cual fuere su morfema.
Para Kojève, la Eternidad, que excluye toda multiplicidad, siendo el Uno-solo, que no puede tener ningún sentido discursivo, es entonces una noción degenerada a la que corresponde un morfema cualquiera: Eternidad o 1 o incluso 0. Si Platón hubiera tomado, como base de la Ontología, la noción de Diferencia, de la Identidad de la diferencia, la degeneración de esta noción hubiera podido desarrollarse como símbolo, un desarrollo no discursivo, matemático; es por lo que Platón tuvo que vincular la matemáticas a una Energo-logía ideal y no a su Onto-logía. Para él la Ontología no era asociable a ningún tipo de metría, a nada cuantificable ni cualificable, sino a un valor religioso.
Desde un punto de vista lógico, se puede decir que Platón se equivocó al no tener en cuenta el conector que relaciona Ser y Nada, de modo que tuvo que situar un Ser-supremo como el Uno parmenidiano, por encima del Ser y la Nada, necesariamente Dos y relacionados con la Realidad- objetiva atómica y la Existencia-empírica fenoménica. Ese Valor absoluto se identifica con el Theos de la religión pagana monoteísta de Jenófanes. Pero Platón no emprende como lógico la búsqueda de su Sistema filosófico sino como religioso, que no encuentra satisfacción en este mundo y la busca más allá del Ser y la Nada, vinculadas a este mundo, en un Más allá inefable.
Siguiendo a Kojève, una pseudo-noción cuyo pseudo-sentido no es discursivamente desarrollable es un Símbolo, que, si está ligado de modo indisoluble a un nombre, degenera en una para-noción que llama signo; un signo no desarrollable discursivamente es un Nombre propio, que no sirve para hablar, pero puede servir para rezar. No sabemos si Platón lo consideraba así, los neoplatónicos si, pero no caben Nombres propios en un Sistema filosófico de Saber.
Lo que es claro es el principio religioso con el que Platón construye su Sistema filosófico, y el carácter teológico que da a su Ontología, donde expresa el principio fundamental de cualquier Teísmo, según el que el Mal es el No-bien, pero el Bien no es el No-mal.
La explicación es que percibimos un mal porque tenemos una idea de bien, de modo que si luego hacemos algo para resolver ese mal no hemos avanzado nada, sólo restablecemos el bien que había sido deteriorado. Es claro que este principio lleva más pronto que tarde a contradicciones inevitables, salvo que se acepte un Ideal, una idea de Bien, que no extraemos de este Mundo porque no se encuentra en él y que tiene que ser Algo y no Nada.
Ese paraíso perdido del Bien no puede estar ni en el pasado ni en el futuro, tiene que ser la Eternidad misma, ese Ser sin No-ser parmenidiano, Valor absoluto del que no se puede hablar, pero sin el que la vida no tendría sentido.
Angeles Moltó
Febrero 2023