
05 Ago Kojève V
Ensayo de una historia razonada de la filosofía pagana I
La evolución de la filosofía durante el periodo pre-kantiano
2 – Las filosofías antitéticas
II – La Antítesis de Heráclito
Kojève empieza explicando por qué Heráclito ha sido confundido con un escéptico, un empirista, u otras cosas y por qué, en cambio, es un auténtico filósofo.
Si el Concepto es la Eternidad, como afirma la Tesis de Parménides, debe no sólo ser lo que es, sino poder ser concebida como la Eternidad misma, de modo que haya adecuación entre el Concepto y el Ser – como ya nos enseñó Kojève, entre Morfema y Sentido y entre Objeto y Esencia. Si, por un lado, este Ser Uno Inmóvil excluye todo carácter discursivo del pensamiento, por otro, el sentido no puede ser desarrollado sino discursivamente, lo que implica necesariamente el tiempo.
Un discurso que se le oponga tendrá que plantear el Concepto como No–eternidad, como eterno en relación de oposición a la Eternidad, un eterno que estará compuesto necesariamente de pasado, presente y futuro.
Esa es la Antítesis de Heráclito, del que no sabemos casi nada, ni siquiera cuan fragmentarios son sus “Fragmentos”.
Lo que está claro es que las paratesis contrarias de Platón y Aristóteles obligan a suponer en el origen de la filosofía dos discursos pre–platónicos de dos autores de los que sabemos muy poco, pero que Platón conocía y deja comentados.
En cualquier caso, bien leído, lo que nos ha llegado del discurso de Heráclito se opone de manera irreductible al de Parménides; Heráclito no habla de un Uno – solo, sino de Uno que es todo, de Un conjunto de múltiples elementos.
Para llegar a cernir la Antítesis heraclitiana, Kojève trabaja diversas paratesis con las que se la ha confundido. Es facilísimo, dice, transformar en Paratesis, tanto la Tesis como la Antítesis de la filosofía:
Si se mal lee la Eternidad tética de Parménides interpretándola como Ser eterno,
y se entiende el Cosmos de Heráclito como no creado en ningún momento, y por tanto extendido ilimitadamente en el tiempo, también se puede acabar diciendo que es un Ser eterno,
así se acaba construyendo una paratesis que reconcilia dos enunciados que no han sido nunca opuestos, pero que, además, no son los de Parménides y Heráclito.
El propio Hegel puede parecer sufrir algo de esa confusión entre Parménides y Heráclito, cuando dice en su Lógica, que redice todo lo que había dicho Heráclito y omite a Parménides. Lo que ocurre es que no redice a Parménides, como no lo hizo Platón, porque lo que dice Parménides no puede ser redicho; pero según el Esquema dialéctico de Hegel, la Síntesis es un proceso lógicamente posterior a la Antítesis y ésta sólo puede surgir contradiciendo una Tesis, de modo que la Tesis parmeridiana se da necesariamente por dicha.
La Tesis de la filosofía es que el Concepto es la Eternidad, la Antítesis que es la No–eternidad, las Paratesis tratan de definirlo como eterno y la Síntesis de Hegel acaba definiendo el Concepto como el Tiempo mismo.
La cuestión es definir bien esa No–eternidad y Kojève sigue extrayendo primero las conclusiones erróneas que pueden aparecer.
En el Eterno paratético la No–eternidad antitética queda camuflada. La No-eternidad, que no es ningún eterno ni el tiempo en tanto tal, no puede ser sino lo temporal, dirán algunas paratesis.
Si se entiende la No-eternidad de Heráclito como el conjunto de todo lo que es temporal -en tanto ese todo es el conjunto de la esencias de los objetos, que corresponden a los sentidos de los discursos que se refieren a ellos- diremos que el Concepto es temporal, que es lo mismo que decir que no hay Concepto, porque el Saber absoluto y la Verdad sin error no pueden ser temporales. Este discurso no puede llevar más que al silencio porque se llenará necesariamente de contradicciones.
La Tesis parmenidiana también lleva al silencio, pero es un silencio buscado. La Antítesis del Concepto como No-eternidad busca continuar el discurso; las paratesis relativistas o escépticas antifilosóficas se basan precisamente en el sentido indeterminado del No; qué significa No-Eternidad?
Hegel dice que Heráclito es a la vez:
- El gran filósofo que contradijo la Tesis de Parménides
- El padre del escepticismo (relativista) antifilosófico y del dogmatismo (cientificista) pseudofilosófico
- Y el abuelo del Sistema del Saber
Para entender todo esto, tenemos que empezar por ver cuál es la dialéctica del discurso teórico. La tesis teórica plantea un axioma que, por definición, no necesita demostración, que se impone por el solo hecho de ser afirmado y se mantiene sin contradecirse indefinidamente igual a sí mismo. A esa identidad consigo mismo es a lo que llamamos verdadero, es uno –en el sentido de coherente- pero no es único –en el sentido de total-.
Este tipo de tesis excluye la antítesis en tanto error. Pero puede haber un axioma contrario que se mantenga también indefinidamente igual a sí mismo. Reconocido este hecho, el discurso teórico se transforma en escéptico, planteando que no hay ningún criterio de verdad, ya que la verdad no es discursiva y el discurso no puede ser verdadero. El escepticismo puede devenir formalista -vaciando los dos discursos de sentido discursivo- o relativista -aceptándolos los dos pero separados- o nihilista –rechazando la validez de cualquiera de los dos-.
Sin embargo el discurso teórico puede buscar otro criterio que el axiomático para mantener su verdad exclusiva, que es ser trascendente en relación a su propio discurso, buscar la adecuación entre el discurso y la realidad –entre el sentido de lo que se dice y la esencia de aquello de lo que se habla-. Así se transforma en dogmático manteniendo un campo exclusivo de pensamiento donde su coherencia interna se mantiene y aceptando que puede haber un discurso contrario, pero fuera de su campo, exterior a su discurso.
Este discurso dogmático coincide con el axiomático en que la Verdad es un discurso adecuado y que cualquier contrario es un error, y ninguno de los dos habla de sí mismo como objeto del discurso; la diferencia radica en el criterio de verdad: para el axiomático es un criterio inherente al discurso, para el dogmático es de experiencia (teológica, científica o moral); será un dogmático teológico si se reclama, equivocadamente, parmenidiano, será un dogmático científico si es un pseudo heraclitiano, y un moralista dogmático si busca un compromiso entre las dos.
Heráclito es un filósofo auténtico desde el momento en que habla tanto de su propio discurso como de aquello a lo que se refiere y desde luego no malinterpretó la Tesis de Parménides, a la que opone su Antítesis, pero puede ser considerado un escéptico relativista en tanto acepta que ambas Tesis son las dos coherentes; sólo que, como todo filósofo auténtico, plantea un elemento constitutivo dogmático además de otros axiomático y escéptico, que forman parte de su desarrollo, pero éstos no determinan el final de su discurso.
El elemento constitutivo dogmático de toda filosofía consiste en plantear que ese discurso es no sólo coherente, en el sentido de que es válido para todos –y por tanto práctico en ese sentido- sino también adecuado, por tanto también teóricamente válido en el Universo que implica ese Discurso.
La Tesis de Parménides afirma como axioma que el Discurso es finito, constata escépticamente que todo lo que se dice puede ser contradicho y por tanto anulado discursivamente, y concluye que la uni-totalidad del Discurso equivale al Silencio, por lo que es Verdadero en tanto puede mantenerse indefinidamente como idéntico a sí mismo. Mas no es un Silencio insensato, ese amor por la Filosofía es una Sabiduría en potencia; esa potencia es discursiva, es su acto el que es silencioso.
Es exactamente esto lo que Heráclito contradice, negando el carácter finito del discurso. El constata, escépticamente, que se puede contradecir, también de manera coherente, todo lo dicho de forma coherente. Ahora bien, introduciendo el criterio de adecuación se puede dogmatizar esta filosofía heraclitiana auténtica, diciendo que el Mundo del que habla el Discurso es tan contradictorio e infinito como el discurso mismo. Entonces, puede parecer que la para-filosofía para-heraclitiana, que ha sido desplegada, es verdadera porque su desarrollo discursivo indefinido es adecuado al mundo infinito del que habla. Lo que no puede probarse es que ésta fuera la idea de Heráclito.
La Sabiduría heraclitiana es posible dado que se actualiza en tanto filosofía; pero, en tanto esa filosofía muestra la imposibilidad de la Sabiduría, (el saber no recubrirá jamás la verdad, dirá Lacan) los dogmáticos cientificistas se reclaman equivocadamente heraclitianos.
Para Parménides que el Saber diga la Verdad lo aboca al Silencio, para Heráclito que el Saber discursivo sea indefinido lo lleva a un Discurso sin final. Ambos son filósofos auténticos en tanto hablan tanto del Mundo como de su Discurso mismo, pero no será sino Hegel el que llegue a decir que ambos tienen razón y ambos están equivocados.
Parménides tiene razón al decir que el Discurso es finito o definido, pero se equivocaba al excluir el Tiempo; Heráclito tenía razón al temporalizar el Discurso, pero se equivocó al considerar el Tiempo –discursivo o histórico- indefinido o infinito.
Podemos decir que Parménides es la fuente del Silencio místico o del simbolismo matemático, mientras Heráclito lo es de la retórica o de la sofística; sin que ellos sean, desde luego, ni lo uno ni lo otro.
Por definición, la Verdad discursiva es el Discurso uni-total que se mantiene indefinidamente idéntico a sí mismo. Es temporalizando el Discurso en y por el Tiempo histórico finito y definido, que Hegel transforma la Filosofía en Sistema de Saber o Sabiduría discursiva. En la medida que la filosofía hegeliana busca la Sabiduría discursiva se puede decir que es heraclitiana, y en la medida en que no deviene Sabiduría sino en tanto está acabada, se puede decir parmenidiana, aunque dando cuenta ella misma de que se desarrolló en el tiempo.
Heráclito no podía acabar la filosofía, pero fue el primero en darse cuenta que el Discurso no podía desarrollarse sino en el Tiempo; que no podía hablar sino del Discurso mismo, diciendo de manera definida que el Discurso es infinito; de ese modo se mantuvo en la filosofía auténtica.
Es difícil saber si él se dio cuenta del desarrollo discursivo de la Antítesis de la filosofía que había hecho; nada de lo que nos ha llegado de su obra lo atestigua, pero esa es la lectura que hace Platón, que sí pudo leerla entera.
No sabemos si Heráclito oyó alguna vez el discurso de Parménides, pero su reproche se dirige a los Eleatas, que unifican Ser y Pensar, insistiendo en que él es el único que se da cuenta de que la Sabiduría -a la que aspira la filosofía, por definición- es una entidad separada de todo, que Ser y Pensar son dos. Lo que se separa, se opone al Ser, no es la Nada –que sigue siendo una forma de ser-, sino el Discurso.
Heráclito como Parménides se borran a sí mismos como individuos, lo que cuenta para ellos es su Discurso. La diferencia es que Parménides redice el Discurso de una diosa, Heráclito lo presenta en tanto discurso ordinario, aunque señalando que la mayoría no lo escucharán aunque lo haya oído. “Los ojos y las orejas son malos testimonios para los hombres, que tienen almas bárbaras, incapaces de ligar un sentido adecuado a los morfemas que perciben”
Un discurso es decir un sentido -que significa en tanto es pensado-, ligado de forma no necesaria a un morfema –que es sin significar en sí mismo-. Este signo que transmite el Saber que es la Sabiduría es algo sensible, que existe empíricamente. (Es cuerpo dirán después los Estoicos, con lo que esa existencia empírica no puede ser leída como empirismo).
Todo lo que percibimos por los sentidos, el Cosmos –en el sentido heraclitiano del término- puede ser el morfema de una noción desarrollable por el Discurso, pero en sentido contrario, el sentido del Discurso puede encarnarse en lo que llamamos Cosmos, por tanto el lazo entre el sentido del Discurso y ese morfema es biunívoco e indisoluble, un signo. Un Signo que encarna el sentido, pero que no es sino un vacío para los que no saben entenderlo interpretándolo, como son vacías las cosas sensibles para los insensatos que no saben interpretarlas para comprenderlas.
Claro que, si todo lo que es cambia continuamente, no es fácil entender que los morfemas sensibles, múltiples y variados, son en su conjunto Signos que encarnan un único y mismo Sentido.
“Si se quiere hablar con inteligencia uno debe armarse de lo que es común a todos. Hay que buscar lo común, pero la mayoría vive como si cada cual tuviera un pensamiento razonable propio”.
La Sabiduría que busca Heráclito es un Discurso que es común, pero sólo a los que lo entienden, mientras que los hombres comunes tienen cada cual su discurso insensato. Pensar razonablemente es la mayor virtud y la Sabiduría consiste en decir la Verdad y actuar de conformidad con la Naturaleza.
Puesto que pretende la Sabiduría discursiva, tenemos que tratar de interpretar su Discurso como Antítesis de la filosofía. Habrá que tratar de entender qué dice con su discurso, puesto que plantea que esta Sabiduría, en tanto Sentido discursivo, está separado de todo lo que es, y es considerado, conforme al Cosmos, todo lo que es.
Heráclito dice que hay un Todo y que ese Todo es común a todos, tanto como el Discurso que se refiere a él. Aquí es donde tiene sentido que el sentido común no es común para los hombres comunes, que tienen opiniones personales que no apuntan a un discurso verdadero. (Es claro que lo que hoy se llama sentido común no tiene nada que ver con lo que decía Heráclito). El Discurso sólo es verdadero si es Saber absoluto y no vana opinión, si es la enseñanza de la Sabiduría y no la charla de la locura (esta palabra usada como la usa Lacan: falta de responsabilidad).
Ese Cosmos, que no fue creado, es fuego. Ese Fuego no es sino una imagen de ese Todo del que habla, es el morfema del signo que nos significa lo que es ese Todo que es. El Fuego es que todo está en transformación continua, cambio incesante y movimiento perpetuo.
Lo revolucionario en Heráclito no es que todo se transforma en fuego, sino que todo es Fuego, que todo lo que se transforma es Fuego. No tiene nada que ver con los Principios, que permanecían idénticos a sí mismos, de que hablaban sus predecesores; el Fuego en Heráclito cambia de materia y forma continua y perpetuamente. De ahí la imagen del Rio que es Todo que es uno y Uno que es todo.
Según Aristóteles, Platón tenía problemas con ese rio de Heráclito, pero aun así consiguió maneras de engancharse en ese Rio desde el exterior e inmovilizarse en él, a pesar de que Heráclito no contemplaba nada exterior a su Rio, que permitiera semejante cosa. Si el Discurso debe ser uno en sí mismo y único en su género y, por el principio de adecuación, aquello de lo que se habla debe serlo también, no hay nada exterior a ese Rio o en él a lo que Platón pudiera engancharse.
El sabio hablará de ese Rio, que es igual y opuesto a sí mismo a cada instante, el resto de los humanos sólo podrá hablar del rio, por un lado, y de sus aguas por otro.
Ese Uno es todo, es el Fuego, como el Sol, que es nuevo y el mismo en su ser y en su aparición de cada día. Como nos enseña Lacan, el principio de identidad sólo se sostiene con constricciones muy severas, si abrimos el foco A no es = A.
La renovación perpetua de Heráclito que para Hume es un artículo de fe, es un azar trascendental para Kant, pues esa fe es puesta a prueba y confirmada por azar cada día. La renovación se produce por doquier y siempre, en cada instante.
Para eso es necesario que en cada instante Una cosa se oponga a Otra cosa de modo irreductible; es la enfermedad lo que da valor a la salud, el mal al bien, la guerra a la paz; sin opuestos nada tiene sentido, todo se opone a sí mismo irreductiblemente, la armonía surge de tensiones opuestas: Todo y No todo, reunido y desunido, Todo uno y Uno todo. Ningún significante puede significarse a sí mismo, descubriremos más de 2000 años después.
Si, como Parménides le mostró a Heráclito, aquello de lo que se habla es su propio contrario, y no se quiere quedar reducido al silencio, como el primero, hay que empezar un discurso nuevo, como hace Heráclito, diciendo otra cosa de aquello de lo que se habla porque aquello habrá devenido entre tanto otra cosa, con lo que el Discurso será necesariamente sin fin y su sentido indefinible.
Podemos decir que es circular. Si tomamos una circunferencia el inicio y el final coinciden. Pero será una cosa u otra dependiendo de qué sea ese círculo.
Si es uno en sí mismo y único, como para Parménides, no sólo el principio y el fin son lo mismo, sino también todo lo que se sitúa entre ellos, hasta reducirse a un solo punto; ahí el movimiento es una ilusión y no hay discurso posible. Si, en cambio, como plantea Platón, los círculos son múltiples y de diversas dimensiones, pero siguen siendo círculos porque mantienen la misma relación entre su radio y su periferia, se los puede tratar discursivamente. Incluso, si como plantea Aristóteles, son diferentes en función de sus distintas materias.
Pero ninguno de éstos es el de Heráclito, en su círculo, inicio y final se oponen irreductiblemente, y se puede hablar sin fin de él, porque el propio círculo es sin cesar él mismo y otro.
Heráclito dice que se busca a sí mismo discursivamente, y que paró de buscar cuando encontró ese Rio que no se para nunca. No estaba satisfecho con los embates en el rio de la vida, ni con los debates en el torrente de la palabras, pero hablando de ambos creyó encontrar la satisfacción tranquilizante de la Sabiduría.
Para Heráclito, el Concepto es lo Temporal, no es la Eternidad tética parmenidiana, ni lo Eterno paratético de Platón, Aristóteles o Kant, ni el Tiempo mismo de Hegel. Si el Concepto es otro, cada vez que es en tanto Esencia de los objetos y que es pensado en tanto Sentido del discurso, no hay Concepto; ésta es la Antítesis de la filosofía de la Tesis de Parménides.
La Antítesis heraclitiana se resume como un relativismo radical y universal, un relativismo bajo la forma de un Nominalismo, por la importancia que le da al Discurso, pero esa refutación desde el interior de la propia antítesis se basa en la incomprensión de que así como la Tesis de Parménides no se contradice a sí misma, la Antítesis de Heráclito tampoco; ambas son irrefutables.
Sólo hay discurso, dicen los heraclitianos, donde hay un lazo no necesario entre un morfema y un sentido, siendo irreductibles uno al otro. Así ciertas relaciones entre ciertos objetos y ciertas significaciones podrían ser verdaderas, mientras ciertas otras serían falsas, según ciertas leyes que regularían esas relaciones.
En la formulación de esas leyes no podría haber contradicción, y no la habría mientras no fuera discursiva, lo que no es necesario
porque puede muy bien ser una fórmula matemática, que no significa, en el sentido discursivo del término. La visión heraclitiana del Mundo no es una cosmología sino una cosmometría; para él el pensamiento razonable que dirige el Cosmos no es discursivo sino mesurable, métrico.
Desde un punto de vista, la Antítesis de la filosofía es más puramente filosófica que la Tesis, en tanto no renuncia al discurso, pero desde otro punto de vista es más filosófica la Tesis, en tanto no renuncia al ideal de Sabiduría; pero ninguna de la dos puede realizar la Sabiduría discursiva que no será posible hasta la Síntesis filosófica de Hegel, que es el discurso efectivamente acabado. Hasta llegar ahí las Paratesis filosóficas tratan de reunir de diversas maneras Tesis y Antítesis irreductiblemente opuestas.
Angeles Moltó
23 y 30. 11. 2022