Ética y Psicoanálisis - Oír

Ética y psicoanálisis

«La ética del psicoanálisis» se sitúa en la obra de Lacan  después  del  Seminario acerca de «El deseo y su interpretación», porque ya en la reflexión de Freud la instancia de  la  «censura»  se  desprende  de la  energía  del deseo como  podemos ver  por ejemplo en «Tótem y tabú». La cuestión ética es abordada en dos vertientes: por  un  lado desde el  punto de vista de la obligación, del mandamiento; por otro como dirección, como un bien  al que convoca, engendrando un ideal. Pero además la  ética, en  tanto que reflexión sobre  la realidad moral de los vínculos sociales, es un hecho histórico. Por lo tanto la reflexión Freudiana no puede considerarse sin su articulación con lo que la precede y  con  sus aporías, su «impasses».

Esa referencia a la realidad, que he deslizado al hablar de la realidad  moral, centra la novedad que Lacan resaltará en Freud. La constricción de esa relación, correlativa de la precariedad con que marca Freud la relación del hombre con su medio,  la  abordará  (Lacan) en una prolija lectura del «Proyecto de psicología para neurólogos».

Poner esta reflexión en línea con los postulados que su praxis le  llevó a formular:  por un lado «el inconsciente estructurado como un lenguaje», por otro los tres registros (simbólico, imaginario y real, que propuso en 1953), constituyen la orientación del trabajo de ese curso (1959-60) del «Seminario». Nuestro trabajo consistirá en su  rigurosa lectura y la de sus referencias principales. Destacaremos lo novedoso de sus articulaciones, los conceptos que precisa introducir, así como aquellos que se ven cuestionados o resituados.

 

Lacan se ve conducido a profundizar en  «El proyecto…» tanto en la continuidad de  su búsqueda como en respuesta a críticas de sus interlocutores. Necesita ubicar su enseñanza en relación con los conceptos freudianos y los busca en  su  «status nascendi».  Por eso intenta poner en correlación su enseñanza con los sistemas neuronales.

ϕ, ψ y ω, hipotetizados por Freud en 1895 , para indagar allí la relación del sujeto con la realidad, en la perspectiva de la psicología freudiana (psicología puede decirse también, como hace J. S. Mill, «ethología»), que propone (Lacan) leer como una «ética». Como se ve, todo esto constituye un  amplio  programa que es el que desarrollaremos con la colaboración de varios enseñantes durante el presente curso.

La composición de esta mesa me suscita a esbozar un par de observaciones relativas  a la relación del psicoanálisis con la psicología y con la ética que, como acabo de deslizar con mi referencia a la «ethología», no se encuentran en total divergencia.

Freud se cuidó mucho, en el orden institucional, de no dejar ligado el destino del psicoanálisis al de la medicina. Era consciente de que la disciplina que se vió llevado a elaborar lo conducía mucho más allá de lo que podía encerrar una variante, en el capítulo  de las terapéuticas, dentro de la entonces naciente psiquiatría (tan ligada a la neurología), como especialidad de la medicina. Así, ya en 1895, comentando los esfuerzos  que  le acarrea la elaboración del «Proyecto de psicología para neurólogos», dice: «La psicología [entiéndase el Proyecto] es realmente un calvario (…) solo quería explicar la defensa, pero me encontré explicando algo que pertenece al núcleo mismo de la naturaleza» (que no del espíritu), “Naturwissenschaft” .

Sus discípulos, por un lado, veían la dificultad de salvar el psicoanálisis sin vestirlo con los respetables ropajes de la medicina, por lo que tendieron a limitar  la  admisión  como miembros de su Asociación a aquellos que fuesen médicos, por otro lado,  a  «contrario sensu», en el orden teórico, se esforzaban por hacer del psicoanálisis una parte de la psicología general. Es lo que se conoce como la «Ego psychology» y sus derivaciones. Esto constituye lógicamente un peligro igual al evitado de la medicina. Todas las críticas a los «psicologismos» podrían incluso ahorrarse la lectura del psicoanálisis, si éste no es otra cosa  que una psicología, es decir un estudio de las facultades (como aun hoy, léase Piaget  y nuestros actuales planes de enseñanza), o en el mejor de los casos, los modos del comportamiento humano.

Ésta es una de las vertientes que podemos seguir en la comprensión de la propuesta Lacaniana de fundar el psicoanálisis en una ética y no en una psicología. Como se ve, este pasaje sutil, que J. S. Mill facilita con su propuesta de una «ethología», no está alejado de la reflexión Kantiana, que es el otro punto al que me quería referir. Lacan, en su texto «Kant con Sade» dice en alguna parte que «se prepara la ciencia rectificando la posición de la ética», y que ésta introduce algo nuevo en lo real; agregaría que de ello la “Crítica de la razón práctica” es a la vez su testimonio y su búsqueda. Pero verifiquemos a  vuelo de pájaro y a título meramente sugestivo estas afirmaciones en nuestro  campo.  Es decir: cómo las rectificaciones de las éticas permiten a Freud concebir  el  psicoanálisis. Piénsese en la cuestión del «principio del placer», ¿por qué ha de ser rectificado por el «principio de realidad»?, ¿es que el placer podría conducirnos al mal sin esa rectificación?

Podemos partir entonces de que en Freud la oposición del principio de placer y del principio de realidad, la del proceso primario y el proceso secundario, son  más del orden de la experiencia propiamente ética que del orden de la psicología. No  se  trata  de describir comportamientos, preformados  o no, adaptados o adaptables,  ni sus “desarrollos”, sino de determinar las condiciones en que algo nuevo, un sujeto, se hace presente en lo real.

Si, efectivamente, todos los que reflexionaron sobre la ética se vieron abocados a dar cuenta de la relación entre el placer y  el bien, el «Proyecto…», en  tanto que elaboración de la experiencia clínica (recordemos que pese a su confeso ideal de reducción mecanicista de lo que se trataba era de encontrar una explicación a la «defensa»), está enteramente situado en el terreno del conflicto ético del hombre.

El placer aparece como término opuesto al esfuerzo moral y sin  embargo  es necesario que encuentre en él la referencia última. Freud allí aporta algo nuevo al centrar toda la cuestión en la relación del hombre con la realidad, que él intenta  cernir  como realidad psíquica, pero que trabaja como realidad significante; en sus términos: como «Niederschriften» (inscripciones), que son lo único de lo que hay registro en el sujeto, quedando más allá, «das Ding» (la Cosa), como término y enigma, es decir, aquello de lo que no hay memoria porque no tiene predicados, determinaciones.

Ahora bien, Lacan propone la necesidad del pensamiento utilitarista, en tanto regulación de la distribución de unos bienes situados en la realidad como paso necesario. 

No me referiré a eso, mucho más enfatizará lo que lo precede, el hombre del placer, la liberación naturalista del deseo, digamos el pensamiento libertino, sin el cual el principio del placer freudiano, que como dijimos antes implica la cuestión de la «felicidad  en  el mal», de un placer censurable, hubiese constituido algo ilegible si es que alguien  lo  hubiese podido escribir.

Por ello Lacan destina  un escrito, y  de los más densos, al Marqués de Sade, que en su tiempo no se podía decir que era un sádico, pues el concepto aún no había sido producido por Kraff-Ebing, era entonces un libertino. Lo sorprendente es que lo aborde en relación a Kant. Ya en el texto, lo primero que destaca es que haga del «Tocador» sadiano una Escuela, aunque no otra cosa pretendía el Marqués y el  pensamiento  libertino;  el «tocador» sadiano, es un lugar donde se prepara  la  ciencia  rectificando  la  posición  de la ética o, como también dijimos antes, introduce  algo  nuevo  en  lo  real, digamos: «no  estar bien en el bien», ya que hablamos de Kant quien introduce una  reflexión  filológica  al respecto, apoyándose en  que, en  su lengua el “Wohl” no se confunde con el “Gute” (Kant, E.: “Crítica de la razón práctica”, Col. Austral, Ed., p. 90).

Esta subversión sadiana se sustenta en el viraje kantiano que asienta la ética en otro lugar que el Wohl, «bien», que pudiera devenir de la relación con un objeto. De paso podemos recordar que el pensamiento de Kant, ligado  precisamente  al  de  Newton, prepara el «advenimiento de la ciencia moderna».

Pero volviendo muy rápidamente a nuestro tema, diremos que sin ningún objeto ya, sin   ningún  objeto de  bien Wohl, se encuentra una ley, fenómeno significante, si me permiten, que se oye como voz de la conciencia, que,  al  articularse  como  máxima, propone el orden de una razón pura práctica (como creo que se  dice  en  el  lenguaje filosófico kantiano), con la condición de que pueda sostenerse  como  «universal»  por derecho lógico, es decir: «que no valga en  ningún caso si no vale para todos». En  Kant «…a  la experiencia de la Ley moral ninguna intuición ofrece  ningún  objeto  fenomenal» para citar la síntesis de Lacan.

Éste es el punto donde viene a cuento el Marqués de Sade. Su  máxima  («Tengo derecho a gozar de tu cuerpo,  puede decirme  quienquiera, y  ese  derecho lo  ejerceré, sin que ningún límite me detenga en el capricho de las  exacciones  que  me  venga  en  gana saciar en él»), escrita a poco de haberse editado «La crítica de la razón práctica» es  sin embargo ajustada a ésta, es decir un imperativo  categórico.  Al  ser  formulada  desde  el Otro, en el: «puede decirme quién quiera», pone en juego una alteridad que es interna a la propia estructura del sujeto  en  su  división, que Lacan  trabajó en  los  términos de «sujeto del enunciado» y «sujeto de la enunciación». Frente a este sujeto dividido del fantasma sadiano, lo que encontramos es  precisamente ese objeto que, «confinado en  «la  Cosa-en-si» en Kant, es el objeto develado por Sade en  «el Ser-ahí», del agente del tormento. Ese objeto que pese a ser fenoménico,  tener  un  lugar, tiempo,  modo y  sin  duda efectos, impone la idea de sujeto. Es el sujeto puesto en el lugar de objeto «a» (minúscula esta vez), es decir identificado al instrumento de la tortura.

La cuestión de la posición subjetiva nos replantea la cuestión del dolor si pensamos, con Lacan, en la respuesta del estoico (Epicteto) ante la «exacción», digamos la pierna rota,-«mira, la has roto», diría- y el efecto de caída de la escena sadiana se hace patente. Lo cual evidencia que más allá que al dolor es al pudor, al sujeto, a  lo  que allí se  apunta. De este modo vemos a la ley moral afirmarse contra el principio del placer, identificable al «Wohl» kantiano, al bien de un objeto cualquiera, al confort.

Si me permiten un avance en esta  incursión,  manteniendo  los  postulados  hasta ahora fijados, nos encontramos con que la ética del «no retroceder ante el deseo», en  tanto que éste es inconsciente, no sabido (articulado pero no articulable), es coherente con la asunción del sujeto de su lugar de enunciación. En términos freudianos esto puede decirse «Wo Es war, soll Ich werden», que podemos traducir, con Lacan, como: «allí donde el  ello era, el sujeto debe advenir»; es decir al lugar  de su  enunciación  que lo  hace responsable del enunciado. Esto es precisamente una rectificación de la ética que afecta a  la  ciencia,  pues en ella el sujeto no se hace cargo de su enunciación, a tal punto que puede llamarse Bourbaki, un nombre que no designa a nadie, dicho de otro modo: el sujeto es contingente respecto del enunciado de la ciencia. El reclamarlo en su lugar de enunciación constituye por lo tanto una modificación de la posición ética; es también interrogarlo acerca de su deseo. Y esto es coherente, creo, con el hecho del fracaso del proyecto de un Hilbert, que puso de manifiesto Gödel, al señalar la antinomia entre completud  y  consistencia, cosa  que hace eco en la ciencia (Heinsenberg estuvo también vinculado a los seminarios de Hilbert) donde los términos se pueden sustituir por «posición» y «momento».  (Debo agregar en la actualidad, que Popper hace una rigurosa crítica, en “Teoría cuántica y el cisma en física”, de esta “supuesta aporía”)

Reencontrarnos con Freud en este punto lo que nos conduce de nuevo al «Proyecto…», cuya consistencia se muestra en el hecho de que lo que allí se expone tiene un desarrollo que continua treinta años después en el artículo «La negación». Efectivamente en el sistema ϕ la relación con el mundo exterior aparece como atenuada. Se trata a este nivel de un filtrado de la cantidad (Q) que refieren a dicho exterior, que incluye al organismo en tanto que exterior al sistema de «El proyecto…». Estos signos de percepción, ordenados por el principio del placer que los rige (juicio de atribución), pues se trata de encontrar, de reencontrar, el signo del objeto perdido que nunca existió, constituyen la sincronía primaria que puede representarse, expresarse con el «fort-da» freudiano.

Por su parte el principio de realidad, como prolongación del principio del placer, hace aparecer, más allá, algo que gobierna el conjunto de nuestra relación con el mundo. «¿Se trata de la realidad cotidiana, inmediata, social? ¿del conformismo con las categorías establecidas, con los usos aceptados? ¿De la realidad descubierta por la ciencia  o  de aquella que aún no lo está? ¿es la realidad psíquica?» Se pregunta Lacan.

La respuesta dada por Freud en «Más allá del principio del placer» es que más allá está el instinto de muerte y al final de ese texto se habla de un placer en exceso, placer mortífero, que es el que hoy llamamos «goce».

Así vemos como en el Proyecto, en el lugar del Soberano Bien, Freud ubicó el das Ding, objeto incestuoso interdicto, la madre. Por eso la distancia con das Ding es la condición de la palabra, pues satisfacer el deseo de poseer a la madre es la abolición de la demanda. Esta relación constituye el punto más enigmático entre naturaleza y cultura. L. Strauss pudo definir en su combinatoria la prohibición  del casamiento  del padre con  la hija. Pero sólo en el mito (que correlativamente falta respecto de esa relación), se puede encontrar la prohibición mayor, la prohibición del incesto fundamental madre- hijo.

Por otra parte vemos que muy tempranamente,  Freud  se  hace  literalmente cruces ante la cuestión del «otro sexo»; en carta a Fliess  del  5/ 11/ 99  dice  literalmente  «sigo perplejo ante lo +++ femenino» ( «absit omen!», tradujeron al ingles). Esto  nos importa porque es por  esta  vía,   avanzando más allá de lo que   Freud explicitó, pero sorprendentemente sin poder salirnos del trazado que con sus interrogantes definió, que el psicoanálisis se ve conducido a lo más avanzado de su reflexión. Es esta alteridad  radical, es decir que la mujer es algo «Otro» y no solo para los hombres sino para ellas mismas, lo que nos conduce, en nuestra propia disciplina a confrontarnos con la incompletud, la que nos requiere a su vez en una posición ética.

Octubre 92

Miciades Soto