Elena Bellamuerte

Elena Bellamuerte

Acerca de "Elena Bellamuerte" de M. Fernández

Las pocas referencias biográficas que voy a hacer están sacadas del prólogo de Tomás Guido Lavalle a la recopilación de obras titulada «Manera de una psique sin cuerpo» de Tusquets Editor. Esto tiene valor de testimonio de la  dificultad  para encontrar material acerca de este gran autor de la literatura castellana, «hombre de la verdad», deberíamos llamarlo si con Lacan consideramos que uno de ellos es «el escritor que con su estilo marca a la lengua», y tal es el caso, de lo cual nada menos que Borges es el testigo.

«Nace alrededor del año l874, aunque esto sea para muchos difícil de creer». Durante su vida publicó tres libros: «No toda es vigilia la de los ojos abiertos» (1928), «Papeles de recienvenido» (1929) y «Una novela que comienza» (1940). «En 1920 muere su mujer a quien adora. Esto cambia radicalmente su vida. Reparte sus hijos entre la familia. Nunca vuelve a reconstruir su hogar. Hasta su muerte vive en casa de amigos, de parientes y en cuartos de hotel.»

Así resumiremos la vida de este hombre que hacia «fin de siglo, con sus amigos José Ingenieros y Julio Molina y Vedia hace una experiencia anarquista en la selva paraguaya: intentan fundar una colonia o comunidad socialista y vivir en contacto con la naturaleza».

De sí mismo dice Macedonio: «Yo nací en Buenos Aires en una época muy 1874. No fue en ese preciso momento, claro, sino cuando J. L. Borges resolvió “citarme'».

Elena Bellamuerte nombra a su esposa, a la mujer, que el amor del autor hace sobrevivir en la poesía, muestra la extrema función de la belleza en su condición de velo de lo real de la muerte, que el poeta en ningún momento ignora.

En esta primera escansión, que introduzco para comentar esta lectura, señalo que la valentía con que el autor se enfrenta a la muerte, en su horror cadavérico al que, suavemente, la palabra «palidez» alude, no aparece como propia sino como derivada de la de su mujer-niña.

No eres, Muerte, quien por misterio pueda mi mente hacer pálida cual eres ¡si he visto posar en ti sin sombra el mirar de una niña:

Dejemos para más adelante el comentario de esta figura de la mujer niña. Rápidamente otro nivel de la muerte aparece, el de la dialéctica con el vivo, que abre el espacio para la figura de la segundamuerte.

De aquella que te llamó a su partida

y partiendo sin ti, contigo me dejó sin temer por mí. Quiso decirme

la que por ahínco de amor se hizo engañosa:

A partir de allí hay un trato de a con la muerte, con la que dialoga. Es este un momento clave donde el autor sustituye a Elena, tal como Alcestis lo hace con Admeto, como nos  lo recuerda Fedro en «El Banquete». Solo  que a diferencia del drama griego aquí se trata (como nos lo dirá más adelante en el poema, al que sigo en el desarrollo), de «juego de niña».

«Mírala bien a la llamada y dejada; obra de ella no llevo en alguna ni enojéla,

su cetro en mí no ha usado

su paso no me sigue

ni llevo su palor ni de sus ropas hilos sino luz de mi primer día,

y las alzadas vestes

que madre midió en primavera y en estío ya son cortas;

ni asido a llevo dolor

pues ¡mírame! que antes es de gozo de niña que al seguro y ternura

de mirada de madre juega

y por extremar juego y de amor certeza

-ve que así hago contigo y lo digo a tus lágrimas- a su ojos se oculta.

Segura

de su susto curar con pronta vuelta».

Introduce bajo la forma de la prosopopeya (tropo que repetirá más adelante) el decir de Elena que no lleva de la muerte nada sino, «luz de su primer día». La muerte, esta muerte que podemos llamar primera, pues por obra del poeta, Elena no es alcanzada por la segunda, ya que ha quedado inmortalizada, se ha trocado en renacimiento, en resurrección.

Pero este juego de niña, de «niña del fingido morir» (donde fingir es engaño y ficción al mismo tiempo), no es sin sentido, ni sin intención. 

Es juego extremo en busca de la certeza de amor que actualiza la ausencia y presencia que los psicoanalistas conocemos desde que Freud nos comunica que su nieto pronuncia el «fort-da», el «no está – aquí está», si me permiten esta traducción. Juego que permitió a Lacan encontrar en Freud la estructura límite del significante.

No se nos puede escapar aquí, tampoco, que el autor pone en escena la figura de la madre, figura a la cual queda equiparado. «Su mujer», niña, madre de sus hijos, es la que lo sitúa en ese lugar.

Así, entonces, en estos versos vemos como dijimos al comienzo, al amor integrado en la tragedia, articulado a la muerte que no osa detener, en el corazón de Elena, su vuelo.

Si he visto cómo echaste

la caída de tu vuelo ¡tan frío!

a posarse al corazón de la amorosa y cual lo alzaste al pronto

de tanta dulzura en cortesía porque amor la regía porque amor defendía

de muerte allí.

Es evidente aquí, y se acentuará más, el rigor  con que el autor trata su duro tema. No se trata de ninguna consolación ni engaño. Se trata que la muerte es cosa de los vivos y se trata, también de Eros, de Eros que no desconoce a la muerte ni a las penurias de quien es hijo, pero que, en cambio, erige, por conocerlas, su poder ante ésta, por otra parte afirmada también como ausencia.

Elena se fue, pero se fue por «haber más». Este haber, que no es sin el débito de la ausencia, es un hecho de amor, un haber de escritura de amor que inmortaliza.

¡Oh! Elena, oh niña

por haber más amor ida

mi primer conocerte fue tardío

y como sólo de todo amor se aman quienes jugaron antes de amar

y antes de hora de amor se miraron, niños

-y esto sabias, este grave saber tu ardiente alma guardaba;

grave pensar de amor todo conoce- así en tiernísimo

invento de pasión quisiste esta partida porque en tan honda hora

mi mente torpe de varón niña te viera.

(Ya que estamos en una institución para niños tomemos esta indicación para los analistas de niños, pues «solo de todo amor se aman quienes jugaron antes de amar», juego que reaparece en cada acto de amor y que conocemos, quizás más prosaicamente, como «juegos previos».)

Pero hay también la dimensión narcisística del amor, aquella que vinculada a la mirada, pone en juego la relación al otro, cuya importancia conocemos en la infancia y que, si me permiten decirlo así, es gozne de estructura en tanto que es el pivote del destino neurótico de un sujeto.

Inmediatamente habla de conocimiento, de un conocer acentuado como primero y tardío, es sobre este tardío que Macedonio hace girar el tiempo y transforma el irse de Elena en un retorno; retorno a un tiempo anterior que no enajena al autor: el sigue «varón y torpe», y agreguemos, que si algún pensar conoce del «todo», ese es el pensar de amor.

Pero el rigor no abandona al poeta, esto es invento de pasión, sufrimiento en el sostén del engaño.

Fue tu partir así suave triunfando

como se aquieta ola que vuelve de la ribera al seno vasto

cual si fuera la fría frente amada un hondo de mar.

En tu frente un fin de ola se durmió por caricia y como en fantasía

de serte compañía

y de mostrar que allí

ausencia o Sueño pero no muerte había; 

que no busca morir

almohada en otra muerte pero sí sueño en sueño; niño se duerme en madre.

Primero observen que aquí hay una inversión del tópico: la ola no se duerme en la rivera, sino en el hondo mar, la frente de Elena, para, como en fantasía, poner de relieve la extrema función de la muerte, que a diferencia de la ausencia o el sueño (y el sueño en el sueño), «no busca almohada en otra muerte».

Pero el interrogante atraviesa la escansión. «¿Te dormiste? Palabras no lo dicen» Y aquí se repite por cuatro veces la atribución de deseos; y si Elena marchó, si se fue entendida, allí la «intriga» bascula entre el manejo cauteloso, astuto, oculto de ella y la intriga como desasosiego por el lado de él, «el esperante»; pero un esperante que no permanece a la espera, un esperante que sigue a la que no se detiene en su irse, «alma sin cansancio seguidora».

Y te dormiste en inocente victoria.

¿Te dormiste? Palabras no lo dicen. Fue sólo un dulce querer dormir fue sólo un dulce querer partir

pero un ardiente querer atarse pero un ardiente querer atarme.

¿Dónde te busco alma afanosa alma ganosa, buscadora alma? por donde vaya mi seguimiento

-alma sin cansancio seguidora- mi palabra te alcance.

La que se fue entendida entendida en su irse

en ardiente intriga a un esperante.

(No puedo evitar referirme a esta alma que primero Sócrates y luego Aristóteles dejaron en herencia al cristianismo. Lo mínimo es señalar la  substancialización de aquello  que en el sujeto no se limita a su naturaleza de ser vivo, ya que es ser parlante, ser de lenguaje, ser que sabe de la muerte y que por ello, como ya dijimos al hablar de la ‘segunda muerte’, no se agota en el hecho biológico. A esto podemos llamarle alma y, con Lacan, también «almor», ya que viene tan al caso).

Nuevamente nos sorprende el autor con su lucidez y su empeño. Pero además…»no cortes hombre mi palabra», mi palabra escrita, aquella, la única con la que puede alcanzarla, aquella con la que puede esperar (el esperante) resolver la «intriga» (desesperante) de la perdida de su esposa, no en su «irse» (se fue entendida), sino en su no dejar de irse, «alma sin cansancio seguidora». Así se reúnen en una sola palabra («intriga») las dos posiciones.

Y entonces un nuevo retorno, «retorno a porfía» que hace dócil la luz al capricho de «hora última de mujer»… y nuevamente en prosopopeya,  que es profecía en este caso, «torpeza de amor de hombre ya no será de ti» y el autor, como se dice, «ya no «rehizo» su vida».

Y si así no es ¡no cortes Hombre mi palabra! Y si así no es, es porque es mucho más.

Criatura de porfía de amor que al tiempo destejió

que llamó a si su primer día, se hizo obedecida a su porfía; y se envolvió la frente

y embebió su cabeza

y prendió a sus cabellos

la luz de su primer sagrado día dócil al sagrado capricho

de hora última de mujer en el terrenal ejercicio.

Este retorno de la figura de niña nos recuerda que Freud barró, escindió a la mujer en dos

vertientes, en dos figuras, de un lado la madre generatriz o genitora asexuada, del otro la mujer, en el sentido de sexuada. ¿Es la niña otra forma, otra figura de la mujer, al menos como nos es presentada aquí?

Una suerte de oscilación entre un antes y un después del sexo, del encuentro con el sexo, del reencuentro si se quiere, entre un antes y un después de la «torpeza de amor de hombre», entre el ‘antes’ de la virginidad y el ‘después’ de la muerte.

Y me decía

su sonreír en hora tanta;

«Déjame jugar, sonreír. Es un instante en que tu ser se azore.

Llévome de partida

tu comprenderme. Voyme entendida, torpeza de amor de hombre ya no será de ti.»

Niña y maestra de muerte

fingida en santo juego de un único, ardiente destino.

Fingimiento enloquecedor que por palabra tuvo lágrimas brotando.

Antes vinos retomar la dimensión de juego a la que ya nos referimos, pero es efímera, pues pronto aparece el azoro del ser. Azoro que es correlato de la comprensión, del entendimiento; pero también es momento de giro entre el amor torpe, vulgar y la exaltación del Amor, entre la Afrodita Urania y la Pandemia ligado a cierta purificación por la muerte.

Esta imagen celestial que nos recuerda la ascensión del Señor, une esta figura de mujer a la de Dios, las equivale sin confundirlas.

Cual cae en seriedad y grave pulsa pecho de doncella turbado

por cercanía de amor

y pónese en valentía y pensamiento de la prueba fortísima

quedó aquel para sólo quien

fue entendida, oculta y mostrárase de nuevo la Amorosa.

Yo sabía muerte pero aquel partir no. Muerte es beldad y me quedó aprendida por juego de niña que a sonreída muerte echó la cabeza inventora

por ingenios de amor mucho luchada.

¡Oh qué juego de niña quisiste!

Niña del fingido morir

con más lágrimas visto que el más cierto. Tanta lucha sudorosa hizo la abrumada cabeza cuando la caíste a dormir «tu muerte»

en la almohada

-del Despertar Mañana-

Ojos y alma tan dueños del mañana que sin amargarse en lágrimas

todo lloro movieron.

Tanta certeza florecida en el ser de una niña secos tuvo sus ojos: todo en torno lloraba.

Oh niña del Despertar Mañana

que en luz de su primer día se hizo oculta con sumisión de Luz, Tiempo y Muerte en enamorada diligencia

de servir al sacro fingimiento

del más hondo capricho en levísimo juego,

de último humano querer de la ya hoy no humana

Muerte es beldad.

Mas muerte entusiasta

partir sin muerte en luz de un primer día es Divinidad.

Quiero señalar el trabajo, que en forma de lucha, implica esta certeza del ser, cuando su causa es la de servir a un sagrado, pero fingimiento, que es capricho que tiene en él, en Macedonio, su destinatario. Así quiere suponerlo él y, en espejo, le retorna, también en «levísimo» juego (juego poético) a Elena, su ser rebautizado como Bellamuerte. Es sobrecogedor ver, en lenguaje macedoniano, la muerte tratada como certeza del ser «con sumisión de Luz, Tiempo y Muerte».

Grave y gracioso artificio de muerte sonreída.

¡Oh cual juego de niña

lograste, Elena, niña vencedora! a alturas de Dios fingidora

en hora última de mujer.

Mi ser perdido en cortesía de gallardía tanta,

de alma a todo amor alzada.

¡Cuándo será que a todo amor alzado

servido su vivir, a su boca chocada y rota última copa pruebe otra vez la eterna Vez del alma

el mirar de quien hoy sólo el ser de Esperada tiene cual sólo de Esperado tengo el ser!

Aquí encontramos explícito lo que antes señalamos acerca de la resurrección, y ese paso más allá de la beldad que Macedonio llama divinidad. Pero no debemos dejar de escuchar ese «a alturas de Dios fingidora», que hace a Dios mismo fingidor. No es este el momento de entrar en el lenguaje macedoniano, sin embargo si que quiero destacar este «fingir» que va de la simulación a la apariencia y que más allá entraña un formar, modelar, hacer, concebir, componer (versos; versus f.).

Finalmente y como resolución de la «ardiente intriga» que intriga, la afirmación de que «sólo el ser de Esperada tiene cual sólo de Esperado tengo el ser!», ¿hay acaso otro ser?

M. L. Soto

Tarragona, en 1986.

Poema y comentario del poema hecho con ocasión de la inauguración de una Biblioteca en una institución para niños (CaPI)