
25 Mar El psicoanálisis en la cultura
¿Qué es el psicoanálisis?
La vertiente más conocida, la primera que quizás se les ocurra, es que es una psicoterapia; pero hay que aclarar la especificidad del psicoanálisis, resulta que no es una psicoterapia, su funcionamiento y sus leyes no son las de la psicoterapia.
Freud era antes un investigador que un clínico, pensaba que para llegar a curar, primero había que entender; y en el estudio de esos síntomas que no eran orgánicos, descubrió que el saber que él buscaba como teórico, a los pacientes les era terapéutico. La eficacia terapéutica del psicoanálisis reside en la búsqueda misma, en atreverse a pensar, a saber. Muy pronto descubrió que la cura venía por añadidura, y alertó contra el furor sanandi .
Freud tenía mucho interés en distinguirlo de la medicina, en que los psicoanalistas no fueran necesariamente médicos; decía que los médicos pueden ser psicoanalistas, pero que para ello tenían que renunciar a su mentalidad médica. El médico, el terapeuta, tienen el mandato expreso de curar siempre que sea posible, entendiendo por curar el retorno a un estado anterior, lo que no puede ser el objetivo de un psicoanálisis, pues no existe una salud mental anterior a la que volver.
El psicoanalista tiene el mandato expreso de limitarse a buscar el origen del malestar, y el paciente decidirá qué quiere hacer con ese saber. Y ello, porque el paciente, al que llamaremos analizante, precisamente porque no se espera de él una actitud pasiva, tiene en su análisis un papel protagonista, él es el sujeto de su discurso. Es él quien decide qué hace síntoma para él, qué necesita resolver…; e incluso, sólo él sabe, sin saber que lo sabe, cuales son los motivos inconscientes de su sufrimiento. El analista dirige la cura, hace las preguntas que llevarán al analizante a descubrir esos motivos, pero no le dirá qué tiene que hacer, de ningún modo dirigirá su vida. Las diferencias con la medicina son evidentes; también con cualquier psicoterapia.
Muchas veces produce desconfianza que hablar, que “solamente” hablar pueda curar; cuando no directamente el despectivo: “cuéntamelo a mí, que yo no te cobro”. Es ignorancia, sí, pero no es una ignorancia inocente; cualquiera sabe, con sólo no negarlo, cuánto daño o cuanto bien pueden hacer unas palabras. Ni hablar ni escuchar son sin responsabilidad y sin efectos.
Ese es el gran descubrimiento del psicoanálisis, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje; que está hecho de palabras, de las palabras con las que un sujeto ha pensado su historia, de las respuestas que ha recibido a sus preguntas, de las teorías que se ha construido cuando no encontraba respuestas, de los atributos que usa para pensarse… Todo eso constituye un saber que el sujeto sabe sin saber que sabe.
Esta teorización aleja claramente al psicoanálisis de la medicina, de la cura del cuerpo, y de la psicología, que aun cuando acepte la existencia de un inconsciente, piensa en un inconsciente descriptivo, no estructural: en un inconsciente que es simplemente no consciente, no un inconsciente eficaz, con una estructura y una lógica propias, distintas de las de la conciencia. Pero para muchos lo acerca a la religión: lo que no es cuerpo será alma, hablar es asociado a confesión, y se dice con naturalidad no creer en el psicoanálisis.
La religión católica, que es la que aquí nos interesa, se postula sabiendo qué es el bien y el mal para cada feligrés, explica las faltas como defectos a enmendar, escucha la confesión de lo que el penitente sabe y su arrepentimiento, y le perdona su culpa; el psicoanálisis promueve, en cambio, la responsabilidad del sujeto, y exige más al analizante: que cuente lo que no sabe que sabe.
La religión como la política se preocupan del bienestar del hombre; proponen saber cuál es su bien y por ello están del lado del poder: del poder hacer el bien; obviando, por supuesto, y tal vez no pueda ser de otra manera, el deseo del sujeto. El psicoanálisis, en cambio, se ocupa del deseo inconsciente, que no persigue ningún bien, al contrario, es opuesto al bien y al bienestar, es lo que lo desgarra, porque es efecto de alguna falta. Actualmente está de moda decir que hay que “ser positivos” y se tiende a negar cualquier desgarro, pero la falta es estructural y es el reconocimiento del deseo lo que tiene efecto terapéutico.
La ilusión de un credo religioso, que implica la idea de la vida después de la muerte, nos evita la castración, es decir el reconocernos con falta y deseantes, aunque nos deja en una posición infantil dependiendo de un padre divino ante el cual siempre somos culpables.
“La única esperanza de poder salir de nuestra posición infantil radica en el logos, en la razón”, dice Freud en “El porvenir de una ilusión”; el inconsciente, lo reprimido, busca hacerse escuchar, y, como el acceso a la conciencia está vetado, se expresa a través de los síntomas.
Como decía, encontramos a menudo gente que dice no creer en el psicoanálisis, confundiéndolo, sin darse ni cuenta, pero por no pensar, con una religión; la ciencia, el saber, la cultura, no piden fe, exigen estudio -se entiende o no, se sabe o no-, exigen pensar, se puede aprender, se puede decidir; de eso es de lo que dispensa la religión, cuando no lo prohíbe expresamente. El saber implica rigor, implica conocer las leyes del asunto del que se trate, requiere formalización, deja menos espacio a nuestra mera opinión; pero ofrece, a cambio, la tranquilidad de saber qué sabemos y qué no, y la posibilidad de decidir sabiendo lo que hacemos. Creer en el psicoanálisis sería como creer en las leyes de la termodinámica o en la ética de Aristóteles, no tiene nada que ver, o sólo tiene que ver con no querer saber. Pensado en nuestro medio es el: “que inventen ellos”; ¿cómo podemos considerar filósofo a alguien que dice eso, con sólo que la palabra filosofía mantenga algo de su significado?
En España el advenimiento del psicoanálisis ha sido especialmente dificultoso, precisamente por la mentalidad religiosa y contraria al saber, de este país. (Ver: “Advenimiento del Psicoanálisis en España” en Revista)
Si lo piensan, verán que la historia es una materia muy afín al psicoanálisis: ambos leen el texto de un sujeto, sea éste un individuo, un pueblo, una cultura… Freud enseña que no hay diferencia entre la psicología individual y la colectiva, que tienen la misma estructura. En aquel trabajo intentamos leer la historia de España, pero no, como se hace muy a menudo, como una sucesión de anécdotas, sino tratando de entender cómo se gesta la subjetividad española, y qué hace obstáculo en ella al saber. Catalunya hace un recorrido distinto y por tanto la mentalidad catalana tiene sus diferencias, pero en este aspecto llega al mismo punto que el resto del Estado.
Retomaré algunos puntos de aquel trabajo:
A partir de la Reconquista cualquier diferencia es rechazada, se instaura la Inquisición y la idea de que no se podía ser español sin ser católico. Primero fueron perseguidos los árabes, los judíos, las brujas, y cualquier saber opuesto a la enseñanza de la iglesia; luego los conversos y cualquiera que supiera leer y escribir ; y finalmente los protestantes. En la España cristiana y racista, muchos de los que estaban excluidos de la hidalguía por nacimiento, emparcharon un ser: “cristiano viejo”, como raza y se identificaron totalmente con los postulados de la Inquisición. Cervantes decía que los cristianos viejos eran una casta de villanos orgullosamente analfabetos. En el Quijote (1ª parte cap. XXI) Sancho dice que ser cristiano viejo le basta para ser conde (y gobernador de la ínsula que su amo le había prometido) y Don Quijote le contesta que con eso sobra.
En el Imperio donde no se ponía el sol los españoles tenían prohibido ir a estudiar fuera.
No encontramos en España ni filosofía ni investigación científica a partir del S.XVI,
porque esos saberes quedaron asociados a la Reforma, en cambio la navegación, la botánica, la medicina, y más adelante las ingenierías, no encuentran más obstáculos que los económicos para desarrollarse. Las ciencias puras, las que cuestionan la verdad son las que chocan con el pensamiento contrarreformista, las ciencias aplicadas, no.
Tampoco las artes encuentran obstáculos para experimentar un gran desarrollo aquí en ese momento, tanto la literatura, como la pintura y la arquitectura. La situación era propicia para que las artes plásticas pudieran mostrar con el Barroco la situación atormentada de una sociedad que no podía pensar, porque estaba prohibido sí, pero a esa altura la prohibición estaba ya internalizada: la verdadera acepción del concepto de represión.
Muchas veces ha sido condenado el saber en este país en nombre de la religión, y no sólo por el clero, sino de manera fundamental por los españoles en general. Efectivamente, aquí el saber produce desconfianza. Leer, escribir, pensar, saber, quedan inscritos en esta mentalidad como actividades heréticas, peligrosas para sobrevivir, pero sobre todo para la salud del alma. Actualmente eso ya no es consciente en cada cual, la represión del pensar actúa eficazmente y la gente no pensamos y no nos damos ni cuenta. La sexualidad se desplaza y con ello la represión, la idea de pecado de pensamiento puede llegar a inhibir toda actividad intelectual y reducir nuestro pensamiento a los tópicos de lo “políticamente correcto”.
Pero no saber no nos pone a salvo de los problemas, como creían nuestros autores de principio del S.XX; al contrario, nos deja sin recursos con que hacerles frente, el retorno de lo reprimido nos llena de síntomas que no entendemos, y con los que -si ni siquiera sabemos que son un mensaje cifrado de nuestro inconsciente- no sabemos qué hacer, y los amordazamos con medicamentos, u otros muchos comportamientos que podríamos considerar adictivos. Eso sería materia para otro texto.
El que no conoce su historia está condenado a repetirla, y eso es así para los individuos como para los pueblos. Si el problema hubiera sido sólo el franquismo, como muchos se empeñan en repetir, ahora las cosas habrían vuelto rápidamente a su situación anterior, 40 años es relativamente poco en la historia española. Pero si, desde otro punto de vista, se alargó tanto es porque entroncaba muy bien con nuestra historia anterior; más que un fascista, sin dejar de serlo, Franco era un perfecto contrarreformista.
La relación al saber no ha cambiado sustancialmente en este país. Aún ahora que la enseñanza es obligatoria, si un niño lee literatura, los padres pueden considerar que está perdiendo el tiempo (¿tal vez precisamente porque disfruta?), y decir que lo que tiene que hacer son los deberes. Hemos pasado del saber prohibido al saber obligatorio, y nuevamente lo que no es tenido en cuenta es el deseo, el deseo de saber, el gusto por el saber, el atreverse a saber, a pensar. De esta forma no es extraño que la lectura sea una obligación escolar, que después de la formación académica no practican ni los universitarios.
Y si no se lee literatura ¿dónde se va a aprender la diferencia entre amor, cariño, ternura, excitación…? La literatura es ese espacio entre lo público y lo privado, donde se dicen cosas que no serían admisibles fuera de lo privado pero que están destinadas al público. Freud dice que lo que él descubre los poetas lo saben hace mucho. Quien conoce a los poetas y puede descubrir en sí mismo esos matices puede disfrutar mucho más sus sentimientos, y orientarse en sus relaciones.
Historia, ciencia, filosofía, arte, literatura, música y otras que no he nombrado,… toda la cultura está relacionada con el psicoanálisis, porque son la materia prima con la que se constituye el sujeto.
Es cierto que requiere un esfuerzo, y que no lo tenemos muy fácil. Por un lado hay una parte importante de la historia de la cultura que no pudo entrar aquí cuando se produjo, y que ahora es prácticamente inencontrable, ¿cómo vamos a entender lo que se está publicando ahora sobre economía, sociología, globalización,… si no hemos leído nada de Marx, Althuser,…?, ¿cómo pensar toda la cuestión de la inmigración sin saber lo que dice el psicoanálisis sobre identificación y segregación, y sin la teoría sobre el prejuicio?,… ; por otro lado la invasión de los best seller impide que cualquier librería disponga de un fondo de clásicos y que cualquier librero pueda recomendar una u otra lectura sobre diversos temas, como hacían antes, simplemente no puede abarcar lo que se publica.
Pero el mayor inconveniente es no querer saber, no querer pensar por no enfrentarnos a nosotros mismos. Conocer nuestra historia nos permite modificar el efecto que ha tenido sobre cada cual. Se puede convertir el desgarro en motor y tomar las riendas de la propia vida.
Angeles Moltó
Tarragona, 2002