
23 Abr El objeto del deseo y la pulsión
La ética del psicoanálisis – sem. 7 – (1959 – 60)
“El deseo y su interpretación” lo trabajé entero, porque ese trabajo de Lacan coincide totalmente con nuestro tema. De “La ética del psicoanálisis ” , en cambio, tomaré relativamente poco de su material, y lo completaré con otro de Lacan y Vappereau, porque su eje no coincide con nuestro tema de estudio; sin embargo algunos puntos nos resultarán sumamente útiles para ir viendo cómo desarrolla Lacan el concepto de pulsión , que él considera algo sumamente complejo, y seguirlo distinguiendo del deseo .
Hemos visto en años anteriores que Freud usa el lenguaje como soporte del sujeto, pero al no contar con la teoría lingüística para conceptualizarlo, mantiene la biología como soporte último; Lacan al contar con la lingüística –Saussure (Lausana 1910) y Jakobson (Petrogrado 1930) – puede acabar haciendo del lenguaje el soporte del sujeto.
No será hasta 10 años más tarde cuando pueda despedirse de la biología; pero en la constitución pulsional del sujeto, en su teorización de la pulsión , el lenguaje es central desde el inicio de su enseñanza.
“Las pulsiones fueron descubiertas por Freud, dice Lacan, en el interior de una experiencia fundada en la confianza otorgada al significante.”
Es porque la palabra es supuesta verdadera por lo que las necesidades se enajenan en ella y se convierten en demandas, en demandas que desvían al cuerpo de su funcionamiento biológico, que resultará perdido, constituyendo ese objeto a del deseo que es lo más interno y lo más externo al sujeto.
Las demandas que están en la base de las pulsiones son extraordinariamente plásticas, intercambiables, precisamente por depender de la palabra; así, por ej. uno come con los ojos, a otro lo miran mal, etc. Las pulsiones, cuyos objetos son definidos por Freud por su posibilidad de desplazamiento, se comportan con un funcionamiento en red, pudiendo entrar en juego unas en lugar de otras, de manera que aunque lleguen a someterse al primado genital no constituyen una unidad: esa supuesta armonía de la sexualidad.
El mundo libidinal, que liga nuestro cuerpo agujereado y fragmentado al Otro a través de esas zonas erógenas, no deja de ser nunca pregenital y polimorfo.
Otra cosa es la sexuación, cuyas demandas sometidas a la ley de la castración devienen deseos que ya no pueden decirse, y que, surgidos de la falta, ya no aspiran a ninguna supuesta unidad y armonía, porque siempre representan para el sujeto un desorden.
La complejidad de la pulsión, dice Lacan en este seminario, no es reductible a la complejidad de la tendencia, en el sentido de la energética. Entraña una dimensión histórica, de lenguaje, que aparece en la insistencia con que se presenta, en tanto se relaciona con algo memorable que se repite.
Muchos años más tarde, cuando ya haya separado el fundamento del sujeto de la
biología y haya trabajad o el concepto de incorporación hasta decir 1 que “ la estructura se atrapa en el cuerpo “ , dará una última definición de pulsión: La pulsión es un eco en el cuerpo de que hay un decir, y que el cuerpo resuena con él, consuena”.
Incluso la pulsión de muerte –la que aparece en “ el otro lado del principio del placer” 2, en la tercera de las teorías pulsionales freudianas, donde sus alumnos no pudieron seguirlo porque la confundieron con la agresividad – incluso ésa, es situada por Lacan en el dominio histórico en tanto se articula en un nivel que sólo puede ser definido en función de la cadena significante . La complejidad de la pulsión de muerte es que ésta está en la base de la constitución misma de las pulsiones, en tanto el lenguaje es mortificante en sí mismo. Si en la incorporación: la palabra mata la cosa, y ese trauma está en la base del proceso que convierte a un mamífero prematuro sin instintos en un ser hablante, en el que el lenguaje atrapa al cuerpo y lo desvía constituyendo un cuerpo pulsional que suple los instintos que no tiene, la primera pulsión es la pulsión de muerte.
En los duelos importantes de cualquier tipo, en los que dice Lacan que todo el sistema simbólico no es suficiente para rellenar el agujero, el sujeto se enfrenta con momentos en que las pulsiones se desintrincan, y tanto vida como muerte se muestran incompatibles con la vida cotidiana , momentos donde aparece el sinsentido, el vacío que sólo la restitución del lenguaje y su falta pueden velar.
Como dice Vappereau: “El cuerpo de lo simbólico de incorporarse al cuerpo propio, lo hace cuerpo. (…) La incorporación responde a la prematuración del mamífero humano que constituye el componente real de lo que lo caracteriza. (…) Las envolturas sucesivas de las identificaciones constituyentes del yo se construyen en torno de un resto incorpóreo e insistente. (…) La constitución de esta institución encierra un cadáver en un jirón del discurso.” 3
El lenguaje incorpora al cuerpo del mamífero humano, que es su componente real, y al incorporarlo lo destruye en tanto biológico. Ese es el resto incorpóreo e insistente que se constituye como objeto a causa del deseo, que permanece en el núcleo de las pulsiones y en el núcleo del yo, que es un conjunto de envolturas sucesivas.
El lenguaje incorpora al cuerpo, que en el narcisismo se constituye como yo, se unifica y permite la fantasía de que las pulsiones parciales sometidas a la genitalidad pueden constituir una supuesta unidad del sujeto que mantendrá una supuesta relación intersubjetiva armónica con otro.
Muy al contrario, el yo no es el sujeto sino el lugar del desconocimiento donde la conciencia supuesta transparente a sí misma, no sabe nada de la verdad del deseo que se articula a esa imagen especular –yo y otro- polo libidinal.
Así se entiende que el objeto del deseo sea el otro que contiene ese a enigmático . Y así se entiende también que a es el núcleo último de lo imaginario, que por tanto es fundamental para el sujeto.
1 Lacan, J.: “Radiofonía” – 2ª pregunta
2 Vappereau señala que Freud no se refiere a ningún más allá de la trascendencia, que la traducción correcta sería el otro lado del principio del placer
3 Vappereau, J.M. “Estofa” Ed. Kliné. Pg. 28
A pesar de compartir algo del recorrido de su constitución, el objeto del deseo es completamente otra cosa que el objeto de la pulsión, pues aparece distinto e imperioso en cada cual, personal y siempre produciendo comportamientos raros o atípicos.
Una manera de leer el racismo o cualquier forma de segregación es que el goce, el deseo del Otro, es siempre extraño y en el límite peligroso .
Lacan contrapone aquí : bien, placer y deseo.
Dice que desde los griegos se ha pensado que el hombre busca siempre la felicidad , pero que ya dice Freud que nada en el micro ni en el macro cosmos está preparado para eso . La cuestión es que se supone que la felicidad tiene que tener algo que ver con el placer.
Recordemos que el principio del placer, que supone buscar el bien, consiste en mantener el nivel mínimo de carga o estímulo, de manera que la tendencia a la descarga lleva a confundir un recuerdo con un objeto, con lo que el principio del placer tiene que ser corregido por el principio de realidad para que la búsqueda no desemboque en alucinación.
Pero incluso el principio de placer – realidad, el bien del bienestar, el agua para la sed, no es lo que el hombre busca, no se conforma con llamar felicidad a eso; el hablante busca una satisfacción más compleja.
Y el otro bien, el bien como bien moral, como fundamento de la ética, sabemos desde Kant que no puede ser el placer, que son más bien antinómicos.
Lo que el ser hablante busca es una satisfacción compleja que depende del deseo, y al deseo se llega siempre por un camino que implica también el displacer porque en la búsqueda de la satisfacción se encuentra la castración de la madre; todo ello reprimido convertido en el núcleo del Inconsciente. En la búsqueda de la satisfacción encontramos siempre la insatisfacción que la acompaña; por eso hablamos de realización, que no de satisfacción, porque lo que se consigue no es nunca más que convertir el punto en el toro en una vuelta más en el recorrido. (escritura de las características intrínsecas del toro)
En este sentido el deseo tiene un punto en común con la sublimación, se trata de un proceso, no de un objeto logrado. El ejemplo que Freud propone para la sublimación es la obra de arte: una vez está terminada hay que ponerla en el mercado, desprenderse de ella; el proceso debe recomenzar, de lo contrario lo conseguido es una idealización , un objeto ideal, no una sublimación .
Les recuerdo que el concepto de sublimación en Freud tiene un largo recorrido en su obra y que es en “Introducción del narcisismo” donde da la conceptualización más acorde a su teoría; lo que dice a partir de ahí con su 2ª tópica se confunde con la idealización. No digo que a él se le confundiera, seguramente no, pero para mi lectura no queda claro.
Que la sublimación sea un destino posible de la pulsión, que pueda producir un objeto valorado socialmente, que la satisfacción pueda ser una meta deserotizada, revela una vez más que la naturaleza de la pulsión es completamente
distinta de lo que sería la de un instinto, pero también de la del deseo .
La manera en que Vappereau lo dice para el deseo es que el objeto una vez realizado, precisa ser siempre reescrito, volver a empezar para tratar de escribirlo mejor.
En este seminario, al trabajar “El proyecto…” , Lacan distingue entre objeto y cosa –Das Ding– donde esta Cosa es precisamente el objeto del deseo, aunque no usará regularmente esa nominación en el futuro.
El objeto del deseo es descrito por Freud como un complejo que se separa en dos partes: el otro y un elemento que es aislado en el origen por el sujeto como algo extranjero. Ese núcleo extraño por innombrable es lo que luego llamamos el objeto a del deseo, manteniendo una cierta confusión con el objeto a de la pulsión; pero es que ambos se producen en la constitución del sujeto y no podemos separarlos radicalmente.
Tanto es así que en este seminario Lacan llama Das Ding tanto al objeto de la pulsión como al del deseo, no se toma el trabajo de distinguir los porque en este año su meta es otra.
Para la pulsión Freud habla de repetición en la búsqueda del objeto de la satisfacción, pues se trata de reencontrarlo, no de encontrar uno parecido, sino el mismo en el sentido de que produzca la misma satisfacción primera; como eso es imposible, la repetición está garantizada.
En cuanto al objeto en torno al cual se organizan los deseos del sujeto, está perdido por naturaleza –es esa primera vivencia de satisfacción , que nunca volverá a ser encontrada porque a ≠ a, porque la segunda no será primera-, a pesar de que nunca existió; pero algo estará siempre allí esperándolo; y eso es la repetición.
Esto es lo que permite decir a Vappereau que el objeto del deseo viene del futuro, ese algo que siempre se estará esperan do.
Se parecen mucho una explicación y otra, la diferencia es que el objeto de la pulsión está compuesto por a y sus atributos, y estos son nombrables, la pulsión es un significante; y el deseo está más acá y más allá de la demanda .
Por otro lado, no hay que olvidar que el objeto del deseo es ese a pero incluido en el otro. Ese a es lo que creemos ver en el otro y que nos lo hace atractivo, que Lacan llama señuelos logrados .
Eso que vemos en el otro es a la vez :
- lo más yo mismo de mí mismo, en tanto el otro son las características extrínsecas de mi yo libidinizado en el espejo,
- y lo más extraño en tanto es lo que se perdió de mí en tanto viviente, para llegar a ser un ser hablante –objeto causa-, al que se añade el objeto que viene del futuro, del Otro: a’.
Todo eso constituye el objeto en el deseo al que el sujeto se identifica en la separación .
(esquema de la separación)

Realizar el deseo se presenta siempre desde la perspectiva de condición absoluta. En la medida que la demanda está a la vez más acá y más allá de ella misma, articulándose con el significante en la sincronía, demanda siempre otra cosa, en toda satisfacción de la necesidad exige otra cosa: que la satisfacción se encuadre en la hiancia, que el deseo se forme como lo que sostiene esa metonimia, es decir, ¿qué quiere decir la demanda más allá de lo que formula? Veremos lo que está empezando a insinuar en el seminario siguiente.
“ ¿Qué puede querer decir haber realizado su deseo; sino esta intrusión de la muerte en la vida que da su dinamismo a toda pregunta que se formula sobre el sujeto mismo? ”
¿Qué puede querer decir haber realizado su deseo? Sino tratar de afirmarse como sujeto mediante la palabra, que al no darnos la respuesta nos convierte en un ser hablante, un habla-letra, siempre a la búsqueda de ese objeto perdido que nunca existió, pero que insiste, y que cuando nos parece haber conseguido algo parecido, sigue insistiendo para que lo escribamos un poco mejor.
Un habla-letra en tanto el sujeto tiene que estar permanentemente leyendo lo que no está escrito con letras, para escribirlo mejor .
Si son las pulsiones: están escritas con trozos de cuerpo y se trata de leerlas para convertirlas en lenguaje lo más posible, lo dicho será nuevamente un texto a leer, de modo que atraviesen el cuerpo con una mortificación que haga sufrir lo menos posible .
Si son deseos son significantes en más, articulados pero no articulables, de modo que en cada lectura el deseo se realiza pero se convierte en demanda, todo lo más en un anhelo, y el deseo se desliza más allá requiriendo una nueva lectura. El conjunto de esas lectura va circunscribiendo el objeto del deseo, escribiéndolo cada vez mejor.
Como hemos dicho, la relación del sujeto barrado con el objeto es el fantasma, una especie de barrera que vela la falta en ser del sujeto y lo imposible del objeto, y eso es lo que podemos tratar de escribir siempre un poco mejor al hilo de las reescrituras anteriores .
Había dicho que el deseo representa siempre para el sujeto un desorden. Si el deseo surge de la falta, de la castración de la madre que el sujeto encontró en la búsqueda de su satisfacción, el deseo no es antinómico con la Ley, todo lo contrario: surge de la ley de la castración. “La relación dialéctica del deseo con la Ley, dice Lacan, hace que nuestro deseo sólo arda con la ley. Sólo debido a la ley, el pecado adquiere un carácter desmesurado, hiperbólico”. El deseo siempre tiene un punto de prohibido, de desorden, que en la neurosis se presenta en forma de culpa o en forma de deseos que sólo lo son por prohibidos.
Es necesario hacer el propio análisis para llegar a asumir que no hay más culpa que ceder ante el deseo.
Angeles Moltó