El advenimiento del Psicoanálisis en España - Oír

El advenimiento del Psicoanálisis en España

La Especialización no es, para nosotros, un ideal, en todo caso es una limitación de nuestras posibilidades. Necesitamos, para entender el problema que nos planteamos, hacer una incursión en cuestiones que suelen delimitarse como “historia”. Ese campo en nuestro país,  según dicen “los especialistas” en un congreso reunido en Zaragoza, adolece de limitaciones (“no hay en España una historia estructural y materialista…”). En cambio hay importantes “hispanistas” (alemanes, ingleses, franceses, italianos, incluso americanos –discípulos de Castro, algunos de ellos-) apelaremos a lo que encontremos en nuestro recorrido.

La transmisión del Psicoanálisis no es una tarea fácil en ningún  lado, Freud mismo tuvo dificultades para ser entendido y  aceptado  entre  sus  colegas.  Pero,  a pesar de eso, desde todo el imperio se acercaron algunos a formarse con él, y  las primeras Sociedades psicoanalíticas se fundaron  en  toda Europa  antes  de  la  guerra. Incluso en Francia, a pesar de su rivalidad histórica con Alemania, hubo una Sociedad psicoanalítica a partir de 1926. Sin embargo en España, aun habiendo una buena   traducción  de  las Obras Completas de Freud desde el año 22, no hubo transmisión del Psicoanálisis hasta 1953 en Barcelona, y aun más tarde en Madrid.

Ya en 1893 apareció la primera traducción de  un  artículo  de  Freud  en  la Revista de Ciencias médicas de Barcelona, y con esa misma precocidad  se  siguió editando la obra freudiana y la de sus discípulos, según fue apareciendo, en distintas revistas médicas del país. Sin embargo, eso  no  tuvo  ninguna  repercusión en el ambiente psiquiátrico ni cultural de la época; no apareció ni un solo artículo producido aquí, ni a favor  ni en contra, hasta  1909. La  publicación tan temprana  de la obra de Freud en castellano entronca con  la  tradición  traductora  desde  la  “Escuela de traductores de Toledo”. Por otra parte, tiene que  ver con  el anhelo de  una parte de la  intelectualidad  española  de  europeizarnos, de  tapar el  atraso; pero lo hacemos de un modo que no implica realmente ninguna  elaboración  propia, no  hay incorporación de la  teoría  psicoanalítica, como no  lo  hubo de la  modernidad, a la cultura española.

A partir de 1909 lo primero que aparecieron  fueron  críticas,  pero  no  teóricas sino morales: “es bien posible  que  los  judíos  sean  perversos  polimorfos,  se  decía, pero desde luego los españoles no”; o “aquí, gracias  al  catolicismo,  los  jóvenes  no saben  nada de sexualidad  y por tanto están a salvo  de esos problemas”1. Se ve hasta qué punto esos comentarios demuestran la falta de comprensión del nuevo saber; ¿qué otra cosa es la represión sino no querer saber de algo por inconciliable con la conciencia?

En ese momento Ortega y Gasset empezó a interesarse por el Psicoanálisis, percibiendo con mucha lucidez que se trataba de un saber que trascendía la  innovación  terapéutica  para  llegar  a  la discusión lógica.2  Por su  influencia se editarán las Obras completas  de Freud  en  castellano  en 1922,  muy bien  traducidas por López Ballesteros3. Sin embargo su posición  no dejaba  de ser  ambivalente,  y  de un modo contradictorio con lo anterior,  recomendaba  desechar  directamente  los  textos psicoanalíticos sobre sexualidad por poco serios y probablemente dañinos, aclarando que cualquier científico produce cosas válidas y otras que no lo son4 . Ortega era el único que percibía en esta época la innovación que representaba el concepto freudiano de Inconsciente, sin embargo los médicos españoles encontraron en su posición moral la autorización para criticar la obra freudiana.

Algunos intelectuales manifestaban su interés por el psicoanálisis, pero todos, incluso alguien con el peso de Marañón, necesitaban aclarar que no eran incondicionales de esa teoría.

A partir de 1918 los intelectuales progresistas empezaron a defender el psicoanálisis como ideología, junto al derecho al divorcio y al aborto, y algunos psiquiatras comenzaron a incluir la asociación libre como  una  técnica  diagnóstica más, creyendo hacer psicoanálisis, para escándalo de los  conservadores;  pero  la  teoría psicoanalítica seguía siendo mal conocida y por tanto  incomprendida. Sobre todo el concepto de transferencia era inadmisible para todos, se la consideraba  un abuso de poder (que seguro atentaba contra otro).

Los sentimientos hacia cualquier médico que nos atiende son tan habituales, que no se le esconden a nadie. La cura analítica es una cura bajo transferencia; la diferencia, tal como lo planteara Freud, es que en este caso el amor, el odio, la dependencia, la idealización… del paciente hacia el analista se trabajan como un material más, se les encuentran sus razones inconscientes, y eso permite, precisamente, disolver esos sentimientos durante el análisis.

1 Carles, F. y otros: “Psicoanálisis en España (1893 – 1968)” Asociación Española de Neuropsiquiatría, Madrid, 2000. Referencia fundamental para la historia del psicoanálisis en España, si no única.
2 Ortega y Gasset, J.: “Psicoanálisis, ciencia problemática” Revista de Occidente Madrid 1966
3 Que ayuda, no sustituye, a leer a Freud en alemán.
4 Carles, F. y otros: “Psicoanálisis en España (1893 – 1968)” pag. 28

No será hasta 1931, cuando Ángel Garma vuelva de Berlín con su análisis hecho, con una formación seria, cuando haya un psicoanalista en este país. El propio análisis es parte fundamental de la formación del futuro analista. En sus comunicaciones a la Sociedad Psicoanalítica Alemana informaba que la práctica psicoanalítica se le hacía casi imposible debido a la cerrazón de la mentalidad española de sus pacientes, y al rechazo de sus colegas. Fue el 1º que señaló aquí la diferencia entre psicoanálisis y psiquiatría. La psiquiatría, dirá, busca causas orgánicas, se basa en una psicología del yo, y describe y clasifica síntomas; mientras el psicoanálisis busca las causas en los sueños, lapsus y fantasías, se basa en la psicología del Inconsciente, y trata de explicar los síntomas. No hay cura psicoanalítica fuera del vínculo transferencial, dirá, denunciando como dañino el análisis silvestre que hacían sus colegas5. Cuando en 1936 emigró a la Argentina no había surgido aquí ningún psicoanalista alumno suyo que pudiera transmitir el psicoanálisis a la generaciones futuras. O peor aún, no quedaba más que Sarró, que habiéndose psicoanalizado en Viena, consideraba que él había superado a Freud. Su queja será, toda la vida, que nadie reconocía su teoría  y  que  no  se  le  valoraba  más que por haber conocido a Freud. En cambio en Argentina, Garma participará en la creación, junto a otros psicoanalistas centroeuropeos, de la, en poco tiempo, potente Asociación Psicoanalítica Argentina.

En Reus, estaba desde 1935 Tosquelles, un psiquiatra que había hecho su análisis con Eiminder, un freudiano ortodoxo interesado como él en psicosis, pero también se exilió.

Después de la guerra española el nacional-catolicismo se recrudece: “la mejor salud de la mente es un pensamiento católico”, dirán, o “el enfermo psicótico sigue siendo un hermano en el amor de Dios”, o un texto de Vallejo Nágera “Elogio a la castidad”, dice que es “sin fines moralizadores, en  beneficio  de  la  raza”.  Las cátedras de psiquiatría desaparecieron, y la deontología médica y la psicología eran impartidas por religiosos6.

En la década de los 40 dos pequeños grupos, -sin conexión entre sí, uno en Barcelona y otro en Madrid- de psiquiatras  jóvenes  empiezan  a  estudiar psicoanálisis, y algunos deciden viajar a analizarse  a  Francia  o  Suiza. El  efecto  de ese esfuerzo de unos pocos serán la sociedades de psicoanálisis de Barcelona y de Madrid, que se fundarán en los 50. Sólo entonces se podrá  decir  que  hay  psicoanálisis en España.

5 Cap. II 3 Op cit.
6 Cap. III 1 Op cit.
     

Hasta aquí la descripción, pero todavía no entendemos nada de la causa de esta situación. Garma era español, sin embargo, algo permitió a ese sujeto instalar un deseo de saber del Inconsciente, que no se encuentra fácilmente en la subjetividad española. 

Lo que me interesa en esta ocasión es tratar de entender la especificidad de este obstáculo en la cultura de este país.

Lacan llama, en “Función y campo de la palabra  …” 7,  factor  c’  a  una constante característica de un medio cultural dado. Está tratando precisamente de las dificultades para la transmisión del Psicoanálisis en E.E.U.U., y dice que allí ese factor c’ que obstaculiza y/o distorsiona la difusión del Psicoanálisis es el antihistoricismo. En “Intervention au premier congrès mondial  de  psychiatrie”  en 1950 8 había hablado ya de ese factor c’ para designar “la carencia subjetiva que se manifiesta en sus correlatos culturales”. Se trata, pues, de las ideas y prejuicios que comparte una sociedad, de algo como un síntoma  social,  si  se  me  permite  esa licencia, posible si entendemos el sujeto como algo distinto que el individuo. “Este factor, dice Lacan, escapa tanto a los cuidados como a la crítica, mientras el sujeto se satisfaga en él y asegure la coherencia social”. “Es deseable por ende, añade, que el analista  lo  haya  superado, aunque sea mínimamente.” 9

Tal como  lo  desarrolla   en el Seminario “Fundamentos del psicoanálisis, el  sujeto del Psicoanálisis 10,  es el sujeto de la ciencia; es el sujeto que aparece con el cogito cartesiano. Freud transforma el pienso luego soy de Descartes en pienso porque deseo. Era necesario el nacimiento de la ciencia moderna, la que aparece con Descartes y Galileo, para que la aparición del Psicoanálisis fuera posible.

Descartes era francés, Galileo pisano, Newton inglés, Leibniz sajón, y Spinoza, aunque descendiente de castellanos que habían tenido que emigrar por razones religiosas, neederlandes.  No  había  ninguna  figura  de  la  Península  Ibérica de esa talla en el ámbito de la nueva ciencia en aquella época, a pesar de que el desarrollo del saber, precisamente del que daría lugar al Renacimiento, durante la Edad Media había sido importantísimo, sobre todo en la zona musulmana, pero también en la cristiana.

Se sabe que Galileo estuvo enseñando en la  Universidad  de Salamanca, pero de eso no quedó ni rastro. También sabemos que en la biblioteca del Escorial, en el reinado de Felipe II, estaban todas las obras científicas y filosóficas del momento, incluso las prohibidas por la Inquisición. Pero nadie,  salvo  él,  tenía acceso a  ellas,  que parece que las compraba más por un afán de coleccionista que por verdadero interés en el saber.

7 Lacan, J.: “Escritos 1”, Ed. Siglo XXI, 1984
8 Lacan, J.: “Autres écrits” E. du Seuil, Paris 2001
9 Lacan, J: “Función y campo de la palabra …”, en “Escritos 1”
10 Lacan, J: El seminario. Libro 11. “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” Ed. Paidos, 1987
 

Como dice Thomas F. Glick: “la naturaleza de las instituciones sociales y educativas de la cultura  receptora  son  cruciales  en  la  transmisión  o  no  de  la ciencia” 11. Algunos pocos interesados en  la  ciencia    había  -eso  permitió  que Galileo estuviera en Salamanca-, pero la institución como tal y consecuentemente la sociedad, dominada por el  pensamiento  contrareformista, la  rechazaba  como  a  todo el pensamiento neoplatónico que enfatizaba un individualismo desobediente; por lo tanto los pocos interesados que hubiese en ese saber tuvieron que emigrar, en parte huyendo de la Inquisición,  pero  fundamentalmente  porque  en  un  medio  tan adverso no podían trabajar 12.  Salvando  todas las distancias, es  la  misma  situación en la que se encontró Garma al volver de Berlín.

También las obras de Freud fueron  traducidas,  y  bien  traducidas,  al castellano antes que a otras lenguas, como hemos visto; pero  “una  idea  no  se  difunde a menos que sea congruente con el pensamiento dominante de la cultura receptora” 13.

No encontramos en España ni filosofía ni investigación científica a partir del S.XVI, porque esos saberes quedaron asociados a la Reforma, en cambio la navegación, la botánica, la medicina, la arquitectura, las artes plásticas y más adelante las ingenierías, no encuentran más obstáculos que los económicos para desarrollarse aquí.

Las ciencias puras, las que cuestionan la verdad son las que chocan con el pensamiento contrarreformista, la ciencias aplicadas, no.

He nombrado ya la Inquisición, era inevitable. Entre lo que sabemos de esta institución, y lo que Lacan nos dice: “el religioso le deja a  Dios el cargo de la  causa, pero con ello corta su propio acceso a la  verdad  (…)  genera  desconfianza  para  con todo  saber  que  no   fuese el  promulgado” 14, parece inevitable pensar que lo que obstaculizó el desarrollo de la ciencia moderna en España fue la religión,  y concretamente la religión católica. Muchas veces ha sido condenado el  saber en  este país en nombre de la religión, y no sólo por el clero.

Efectivamente, aquí el saber produce desconfianza. Pero se da el caso que Galileo era italiano, y los italianos también son católicos, y el poder de la institución eclesiástica en Italia está fuera de duda, y también allí había Inquisición. Galileo fue juzgado por el Santo Oficio, y pasó muchos años en la cárcel, pero  ni  antes  ni después eso le impidió desarrollar su teoría.

11 S. Freud: «Tótem y tabú» (1917) O. C. T. VIII, pag. 165 (Ed. S.R.) 
12 J. Lacan: Libro 7 “La ética”, E. Paidos, p. 176
13 S. Freud: «Tótem y tabú» (1917) O. C. T. VIII, pag. 165 (Ed. S.R.) 
14 J. Lacan: Libro 7 “La ética”, E. Paidos, p. 176

El cristianismo en esta tierra, que fue cristiana antes de ser española, ha producido un modo de pensamiento al que alude bien el aforismo: “ser más papista que el Papa”. Los ejemplos se  suceden a lo  largo de la Historia:

  • En Córdoba en el S. IX el Emir Alhákam I, autoridad civil y religiosa, de la familia de los Omeya, que descendía directamente de Mahoma, fue expulsado por impío por unos españoles convertidos en musulmanes, islamizados por esa misma familia.
  • En el S. XVI Felipe  II prosigue la  guerra contra  los protestantes, por el bien de la religión católica, en un momento en que el propio papado la abandona por motivos económicos, a pesar de que el tesoro español estaba al  borde  de  la bancarrota.
  • En el S. XIX los españoles rezan por la conversión del Papa  Pío  IX,  que según ellos se está apartando del buen camino.
  • El año pasado la conferencia episcopal española dijo que aquí la iglesia no tenía nada de qué pedir perdón, coincidiendo con que el Papa pedía  perdón  en nombre de la Iglesia en Jerusalén.

Más allá de las anécdotas, aunque son indicativas, me parece que algo de la subjetividad española, con un importante componente religioso, es contrario al establecimiento del pensamiento científico y precapitalista, que implica la salida de la Edad Media.

Repasemos un poco la historia.

La designación Hispania la acuñaron los romanos que llegaron a esta tierra persiguiendo a los Cartagineses, y se quedaron en ella a  explotar  sus  minas  y  reclutar a sus habitantes para sus ejércitos. Esa identificación tenía sus ventajas: permitía comerciar en una tierra articulada por las calzadas  romanas, y  proveía  de una legislación que permitía saldar los conflictos sin arrasarse mutuamente  los  campos a cada momento.

En el S.  I  los impuestos aumentaron, debido a  los enormes gastos imperiales, y ser ciudadano romano dejó de ser una ventaja. Además, empezaba a difundirse la doctrina cristiana que afirmaba la igualdad de los seres humanos y autorizaba a los esclavos a dejar a sus amos. Los patricios se fueron al campo, donde eludían mejor los impuestos, y los esclavos liberados se reunieron en pequeñas comunidades religioso-agrícolas.  Según  Pedro  Voltes,  los  hispano-romanos empezaron en ese momento a llamarse a sí mismos cristianos para diferenciarse de los romanos.

15 Voltes, P.: “Historia inaudita de España”, Círculo de Lectores, 1984 

La llamada “invasión de los bárbaros” fue en realidad pactada con las autoridades romanas, y bien recibida por los habitantes de las ciudades que se liberaban así de los terribles impuestos. Además, los Godos se instalaron en zonas centrales prácticamente deshabitadas, con lo que no le discutían a nadie el territorio. La novedad que aportaron, no sólo a España sino a toda la Europa romanizada, fue la monarquía hereditaria con su organización jerárquica guerrera, pero que aquí no implicó ningún tipo de unidad territorial, ni jurídica, ni cultural. Eran sólo el 6% de la población. Es a subrayar que sus reyes no fueron reconocidos por el pueblo, acaudillado por la iglesia, -era la única institución organizada-, hasta que se hicieron católicos y renunciaron al arrianismo.

En ese momento los judíos empezaron a ser perseguidos por el estado confesional. Hay que añadir  que era un momento de decadencia  económica: durante 1000 años los judíos fueron perseguidos en este país cada vez que había problemas;  cumplían  muy  bien  con  ese papel de Otro, de extranjero, al que se le hace cargar con las culpas de todo.

Tampoco la “invasión de los moros” fue tal. Fueron llamados por una de las facciones de los visigodos, que no dejaron de guerrear entre durante toda su monarquía. Árabes y bereberes vencieron en la batalla para la que habían sido llamados, y se quedaron. Luego siguieron llegando en grupos de a algunos miles, atraídos por la noticia de tierras fértiles sin cultivar, y empujados por el espíritu proselitista del Islam.

Los hispano-godos que habían perdido la guerra, se refugiaron en las montañas del norte. De allí partió la mal llamada reconquista, pero no porque en aquel entonces hubiera ninguna conciencia de una España perdida, ni nada por el estilo. El problema era que aquellos montes estaban abundantemente poblados por cántabros y vascones, escasamente romanizados, que no aceptaban nuevos moradores. De todas formas pronto los musulmanes se instalaron fundamentalmente al sur del Duero y del Ebro, y los cristianos poblaron el norte prácticamente sin conflictos.

La mayoría de la población hispana siguió viviendo donde estaba  y  se adaptaron al nuevo modo de vida que les reportaba muchas ventajas: los árabes respetaron    las    instituciones    administrativas    que  encontraron   a su llegada; expropiaron la tierra a los grandes terratenientes,  nobleza  y  clero,  y  la  dieron  a quien la trabajaba16; introdujeron las técnicas de regadío orientales; y no obligaron a nadie a convertirse al Islam, pese a su  actitud proselitista,  porque  cobraban  un tributo a los infieles, que no les interesaba perder. En poco tiempo habían ganado tal prestigio, que  muchos cristianos se  convirtieron al  Islam (los muladíes ), y los demás adoptaron en gran medida sus costumbres en el vestir, comer, etc., conservando las religión cristiana (los mozárabes).

16 Voltes, P.: “Historia inaudita de España”, pag. 93, Círculo de Lectores, 1984 

Ni la España cristiana ni la  musulmana estaban exentas de  conflictos.  En  el sur había frecuentes revueltas e intentos de independizarse del emirato. En el norte menudeaban las guerras entre los distintos señores feudales. Los reyes cristianos guerreaban contra los musulmanes, pero también entre sí; del mismo modo que comerciaban y pactaban matrimonios entre sí, pero también con los musulmanes. El antagonismo religioso cumplía un papel insignificante a la hora de las alianzas políticas. La tolerancia religiosa, que duró hasta finales del S.XIII permitió productos como la Escuela de traductores de Toledo, donde trabajaban juntos cristianos, musulmanes y judíos.

Sin embargo las   diferencias  entre las dos zonas  eran enormes.  En   el norte regía una organización señorial (si entendemos por tal una organización feudal, sin una ley de  vasallaje  fuerte  que  organizara  la  sociedad, y  garantizara  la  fidelidad al rey) y una economía fundamentada en la agricultura y  la  ganadería,  donde  la  función  principal de los pequeños núcleos urbanos era repoblar  y  asegurar  la  frontera.  Se trataba de  una  sociedad  muy  primitiva,  continuamente  en  guerra,  donde  no  regía más ley que la del más fuerte. Los musulmanes, en cambio, articulados al califato de Bagdad, instauraron una economía urbana: comercial, artesanal, industrial y cultural, que hizo de Córdoba la mayor ciudad europea del momento, y el centro cultural por el que entraba en la península el saber oriental y helénico, que luego se transmitirá  a toda Europa. Entre el 700 y el 1100 la influencia cultural de Al- Andalus sobre la España cristiana es tan grande, que Américo Castro puede decir que la mística española no hubiera sido posible sin la influencia islámica sobre el cristianismo español 17.

Durante los SS. IX y X hubo en al-Andalus un constante crecimiento demográfico porque los nuevos cultivos traídos de oriente, las obras hidráulicas que permiten extensos  regadíos,  la  industria  manufacturera,  un  importante  artesanado y una buena red comercial, atraían  la  inmigración.  Cualquiera  que  supiera  hacer algo encontraba su sitio, y  era  bien recibido, fuera musulmán, cristiano o judío. Pero la inestabilidad política y la fragmentación del califato, permitieron a los  cristianos tener más fuerza en los campos de batalla, con lo que los musulmanes, ya independizados de Bagdad, empezaron a perder territorio y a  pagar  tributo  –las parias- a los reyes cristianos, a cambio de no ser atacados, y ello pervivió hasta los Reyes Católicos, 400 años más tarde.

En la zona cristiana, cuya riqueza se fundaba prioritariamente en la guerra conquista de nuevos territorios a  los musulmanes- y  en la  venta de  materias primas,  el honor, el coraje y el fervor religioso devinieron valores, y la  racionalidad  y  el trabajo quedaron devaluados 18 . Sólo faltó la llegada de esa cantidad inmensa de dinero fácil, para que los cristianos decidieran que “el trabajo era apropiado para musulmanes, judíos, y más tarde los indios, pero no para ellos, cuya función era gobernar” 19

A partir del S. XI, atraídos por esa riqueza, y por el incremento de las peregrinaciones a Santiago, llegó desde el norte un importante flujo migratorio articulado por las órdenes de Cluny y del  Cister  que construyeron en el tercio norte de la Península más de 1000 monasterios. Ello dinamizó la economía de los reinos cristianos, pero en el mismo estilo rural;  los  productos manufacturados se  adquirían en al-Andalus o al norte de los Pirineos.

17 Castro, A.: “La realidad histórica de España”, Porrua, México 1987
18 Glick, Th.: Op. cit. pg. 79
19 Jackson, G.: “Introducción a la España medieval” Alianza, Madrid 1996. pg.48

Durante el S. XII los grandes nobles y las órdenes monásticas desarrollaron constantemente la cría de ganado lanar y la exportación de la lana, que llegó a convertirse en una importante fuente de ingresos, consiguiendo para ello leyes que privilegiaban el paso de los rebaños trashumantes por encima de los terrenos cultivados. Los rebaños de los nobles podían pisotear cualquier campo de labranza, porque la agricultura era además una actividad infravalorada  asociada  a  los árabes; no había artesanos y comerciantes, porque también  esas  actividades  estaban asociadas al infiel, y todo el que podía se compraba  un  título  nobiliario.  La  necesidad de tierras de pastoreo era un motivo de peso en el interés de los reyes castellanos y leoneses para llevar la  frontera  desde el Duero hasta  el  Tajo, lo  que  con idas y vueltas quedó establecido este siglo.

A principios del S. XIII la España musulmana quedó reducida al reino de Granada, hasta que fuera conquistada en 1492.

En esta estructura socio – económica, el poder del rey dependía del campo de batalla, de las mercedes con que obsequiara a los nobles que guerreasen  para  él,  de las tierras que ofreciera a obispos y  abades para  que  se  instalaran en la  frontera, y  de los fueros que concediera a las poblaciones  fronterizas.  Lo  más  valorado  era tener un caballo, vivir de la guerra y los botines, y ser un caballero que no  debía trabajar y estaba exento  de  pagar tributos.

Los reyes y los  pretendientes a  la  corona se apoyaban alternativamente en la nobleza y el clero y  en  las  ciudades  para mantener o conseguir la corona. Si se apoyaban en el pueblo tenían en contra a la nobleza y el clero, si se apoyaban en la nobleza tenían enfrente al pueblo;  muchas veces la balanza la inclinaba  el apoyo  del papado, lo  que  debilitaba  todavía  más a los monarcas. Se ve, que en pleno S.XV el reino de Castilla no  había  conseguido  lo que ya existía durante la romanización: una legislación que permitiera saldar los conflictos sin recurrir a la fuerza a cada momento.

Los condados catalanes hicieron un proceso distinto. Por haber pertenecido hasta el final del S.X al imperio Carolingio, regía aquí un contrato feudal más estructurado que redundaba en que la  nobleza  estuviera  más sometida a  la  ley  y  a la corona. Además se sumaron tarde a la “reconquista”; no sería sino en el S. XII, cuando se unieron Aragón y Cataluña, cuando lucharían por conquistar el Ebro, el reino de Valencia, y su conocido Imperio Mediterráneo.  Una  organización  más basada en la ley que en la fuerza permite unos valores distintos y el desarrollo de la manufactura y el comercio.

Estos reyes  tuvieron  buen  cuidado  en   que la  población mudéjar (los musulmanes que vivían en territorio cristiano) no abandonara sus tierras y sus negocios, porque era una zona muy poblada y productiva, y no había población cristiana suficiente para repoblarla.

En cambio, las poco pobladas tierras castellanas a partir  del  Tajo,  y Andalucía, de la que los  musulmanes  fueron  expulsados,  se  convirtieron  en  parte en latifundios para el pastoreo, y en parte se repoblaron con cristianos del norte, resultando una  sangría  para el resto  del reino: los reyes incentivaban a  los cristianos  a emigrar al sur, liberándose de sus señores, pero el norte  se  despoblaba  y empobrecía.

Las ciudades se repoblaron con los mozárabes (cristianos que vivían en territorio musulmán) y los judíos expulsados por los Almorávides, pero los mudéjares (musulmanes que vivían en territorio cristiano) emigraron a Granada. El tejido  artesanal  disminuyó  y  los  artesanos  cristianos  se  organizaron en gremios para impedir esa labor a todo el que no fuese “cristiano viejo” y la incorporación de nuevas técnicas, siempre sospechosas; las obras hidráulicas cayeron en desuso, la moneda se devaluó continuamente hasta el 1500, y el bandolerismo  y  las escaramuzas entre mercenarios sin ocupación y sin  otro  oficio  que  la  guerra, asolaron el reino durante 200 años.

De todo ello sólo quedaron 3 centros de producción de riqueza: Barcelona y Valencia que comercializaban sus propios  productos  agrícolas e  industriales; Burgos y Bilbao que vendían lana y hierro a todo Europa, pero compraban fuera sus productos manufacturados, con lo que su balanza de pagos era deficitaria, y cuyos comerciantes necesitaban continuamente los préstamos de los judíos, porque los cristianos no hacían ese trabajo peligroso e impopular; y Sevilla que, siendo un importante puerto comercial entre África y Europa, había sido “tomada” por los banqueros genoveses, porque, por la misma razón, no había banqueros españoles.

En Cataluña la peste, mató en el S.XIV al 40% de la población. En esta coyuntura se perdió el mercado mediterráneo, y  llegó  al  poder  la  familia Trastamara, apoyada por la nobleza aragonesa, que culpaba de la peste  a  los  judíos. Esa familia, que ya gobernaba en Castilla, también tras prometer la expulsión de los judíos, extenderá a Cataluña su estilo, su mentalidad castellana. Valencia seguirá siendo durante  este  siglo una  ciudad   próspera,  que  acogía a  los moriscos (los musulmanes convertidos al cristianismo) y a los judíos que huían de Cataluña, y mantendrá el comercio con Italia. Según mi parecer, Cataluña perdió más con la llegada  de  los  Trastamara  que  lo   que  perderá  después  con  la   de  los  Borbones.

Que los castellanos tomaran la opción de los Borbones y los catalanes la de los Austrias no deja de ser paradójico, un tema interesante, que no desarrollaré en esta ocasión. 

El grado de formación cultural y laboral era mucho mayor entre  musulmanes  y judíos, que entre los cristianos. La expulsión de los primeros ya había sido un desastre económico. Los judíos se ocupaban de tasar la lana, de comerciar en otros idiomas, de recaudar los impuestos, y de financiar  las  grandes  operaciones.  Los reyes prometían la expulsión de los envidiados judíos cada vez que necesitaban un impuesto nuevo, o ganarse al pueblo frente a  la  nobleza,  aunque  sabían  que  después no lo podrían cumplir, porque no había  quien hiciese su  trabajo. Hasta  que  la debilidad de los gobernantes lo hizo inevitable, y el estado  entró  en  bancarrota. Los alcaldes comentaban que temían más a la muchedumbre que a los reyes.

El nuevo estado español de los Reyes Católicos significa el triunfo de  la  nobleza territorial, de la economía  rural, y de la  ostentación, durante todo el reinado de los Austria, hasta 1700, en detrimento  del  artesanado  expulsado  con  los moriscos, la manufactura derrotada en Cataluña, y el comercio denostado con los judíos, todo lo que a la larga daría origen a la  burguesía.  Se  restaura  el  orden público, pero la unidad política no implica unidad jurídica, ni de intereses, ni de mercado, ni tributaria, ni de lengua… La única unidad sigue siendo la  religiosa, el  único significante común: “ser cristiano”. El título de católicos se lo otorgó el Papa Alejandro VI para legitimarlos en el trono.

A partir de ahí crearon la Inquisición y la idea de que no se  podía ser  español sin ser católico. Los judíos que ya se venían  mezclando  con  los  cristianos  desde  hacía   tiempo  se   convirtieron   masivamente al  catolicismo, pero la espiral de la Inquisición ya no se detuvo: primero fueron perseguidos los judíos, las brujas, y cualquier saber opuesto a la enseñanza de  la  iglesia;  luego  los  conversos  y cualquiera que supiera leer y escribir; y finalmente los protestantes. 

Como señala St. Gilman 20 antes de la imprenta no se sabía leer en voz  baja,  con  su  aparición  la lectura pasa a  ser  una  actividad  individual, cada  cual es libre  y  responsable  de qué y cómo lee, y la Inquisición lo consideraba un nuevo modo de vida herético.

Alejandro VI había nacido en Valencia en 1432 y apoyó el reinado de Isabel y Fernando para contrabalancear el poder de Carlos VIII de Francia.  Autorizó  la creación de la Inquisición española, pero llamó  a  su  corte a  los  judíos y  conversos del reino de Valencia con los que articuló un estado moderno (transporte, comercio, obras hidráulicas, una industria armamentística con los diseños de Leonardo da Vinci…) y una corte llena de humanistas. Un estado Vaticano moderno, creado por un Papa español y trabajadores españoles, frente a un estado Español atrasado y fundamentalista.

En la España cristiana y racista, muchos de los que estaban excluidos de la hidalguía por nacimiento, emparcharon un ser: “cristiano viejo”, como raza y se identificaron totalmente con los postulados de  la  Inquisición.  Cervantes decía  que los cristianos viejos eran una casta de villanos orgullosamente analfabetos. Él era un cristiano nuevo, que nunca llegó a ser investigado por la Inquisición, pero que fue repetidamente denunciado y  difamado  por  ser  “un  confiado en mismo” 21. En el Quijote ironiza sobre esta cuestión en un diálogo  donde  Sancho  dice  que  siendo cristiano viejo está capacitado para ser gobernador  de  su  ínsula,  y  D.  Quijote  le contesta que con eso basta y sobra.

La herencia que dejaron musulmanes y judíos, sigue presente en todos los órdenes de la vida de este país, a veces en forma directa (la rica alfarería), pero muchísimas transformada en lo contrario (no comer ensaladas con 40º de temperatura), manifestando un rechazo (trabajar es  un  deshonor) que ya  ni siquiera es consciente. Lo podemos ver continuamente en costumbres, consideradas típicamente españolas, y que lo son, sí, pero precisamente por árabes o judías.

En un momento en que Europa se encaminaba hacia el capitalismo, España mantenía un funcionamiento medieval, señorial más que feudal (en el sentido en que plateé antes esta diferencia), cuyos reyes a falta de poder autorizarse en la ley, o en su capacidad, eran legitimados por la iglesia. La conquista de América permitió enormes inversiones y beneficios a Portugal, a Inglaterra y a los banqueros alemanes y genoveses. España no estaba en condiciones de entrar en esa empresa. También las continuas guerras fuera del territorio español en que estuvieron metidos Carlos V y Felipe II hubieran podido ser una fuente de ingresos para el país, si hubiese habido una industria armamentista, metal había, pero la mayoría se seguía exportando como materia prima, y las armas se compraban fuera.

20 Gilman,St.: Op.cit. 
21 Gilman, St. : “Cervantes y Avellaneda” F. C. E. México 1951

En el Imperio donde no se ponía el sol los españoles tenían prohibido ir a estudiar fuera, la tolerancia a la diferencia era nula, y la situación económica de bancarrota.

Durante el reinado de Carlos V hubo un movimiento de renovación, traído por el rey y su corte, rechazado por muchos españoles que lo consideraban un extranjero, pero que tal vez hubiera llegado a cuajar, si el emperador no hubiera abrazado en sus últimos años un espíritu tan contrarreformista, que Felipe II, su heredero, se encontró con un país baluarte de la contrarreforma y no del humanismo.

No hace mucho se hizo una exposición en Madrid, llamada: “Felipe II Príncipe el Renacimiento”; así se distorsiona la historia, fue un Príncipe Antirrenancentista. Para Gilman el término de Renacimiento no puede ser aplicado a un pueblo y una cultura: devotos de los libros de caballería, de los dramas históricos fabulosos de un pasado nacional inexistente, donde, incluso los que se autoproclamaban humanistas, sacralizaban la reconquista y la idea de una España eterna.

En Cervantes encontramos un hombre del Renacimiento, que trató con profundidad la resistencia de sus compatriotas a la verdad histórica. En su decir, la abundancia literaria española del Siglo de Oro adolecía de calidad.

La facilidad con la que cualquier “ingenioso” escribía obras de teatro y poesía a vuela pluma, orgulloso de su espontaneidad, lo irritaban profundamente. No es que no leyera con  gusto  lo  que  consideraba  valioso,  incluso  lo celebraba. Gilman 22 compara una parte importante del teatro español con el de Shakespeare, para mostrar como aquí el código de honor heredado de la reconquista, exacerbado por las tensiones entre las castas (en el sentido en que lo usa A. Castro), era un imperativo angustiante, que sin embargo se resolvía en los finales de esas obras con pactos ingeniosos alejados de la realidad, mientras en el inglés esos valores llevaban irremediablemente a la muerte. Aquí no pasaba nada, no podía pasar nada, aunque Quevedo, el único que valoraba a Cervantes en su época, denunciaba que un mundo de palabras vacías remplazaba gradualmente el mundo de las cosas, que el imperio era poco más que un fantasma, y que la economía estaba en situación de quiebra.

Con la llegada de los Borbones, Felipe V dictó una ley que permitía  a  los nobles tener industrias o comercios sin perder su condición, siempre que  no trabajaran directamente con sus manos; y todavía hoy se ven dueños de pequeños negocios dispuestos a perder un cliente  con  tal de  no atenderlo  personalmente,  si  los empleados están ocupados.

22 Gilman, St. : “La novela según Cervantes” F.C.E. México 1993 

Los Borbones llegaron con una idea moderna  de  estado, la  francesa, y  con  una idea clara de autoridad, el absolutismo, que chocaba con la idea que tenían los españoles de lo que era un rey, y lo que esperaban de él, entre el paternalismo y la inoperancia. Muchas de sus leyes implicaron una mejora ostensible  de  la  organización del estado, y la posibilidad de salir de la miseria, pero no conocían la mentalidad española, no supieron o no pudieron transmitir  su  idea,  y  en  poco tiempo decidieron que tenían que aliarse con la Inquisición si querían ocupar algún lugar en este país. Un ejemplo claro se ve en Cataluña, donde mientras el decreto de nueva planta produce gran descontento social, la revalorización del trabajo,  la industria y el comercio, sobre todo a partir de Carlos III, entronca con su historia anterior, y la situación del país mejora evidentemente.

Los intentos de salir del atraso que se han hecho: los ilustrados durante los Borbones, luego las cortes de Cádiz de 1812, más tarde la 2ª república,… han sido importados esporádicamente sin haber sabido o podido cambiar esa mentalidad contrarreformista tan arraigada,  y  han  producido  siempre  convulsiones  sociales; han sido ese intento de europeizar que comentaba al  principio,  y  han  sido  rechazados por una mayoría de españoles, porque el sujeto no se modifica sin un trabajo de comprensión y elaboración  de  los  problemas  que  lo  aquejan.  Alfonso XII seguía  siendo un rey contrarreformista, y el discurso de Franco también era contrarreformista.

Ortega encabezó la propuesta de europeización a principios del siglo XX, propuesta severamente contestada por Unamuno. Éste se preguntaba:  ¿qué es Europa? Efectivamente, no se trataba de una pregunta sobre “geografía”, sino de un cuestionamiento de la “modernidad”, heredera del Renacimiento, el Humanismo y la Reforma, pero  con todo ello la subjetividad española tiene una relación difícil, conflictiva.  Unamuno dice  que  él  y  España son medievales: “Siéntome con un alma medieval, y se me antoja que es medieval el alma de mi patria; que ha atravesado ésta, a la fuerza, por el Renacimiento,  la  Reforma y la Revolución, aprendiendo, si, de ellas, pero sin dejarse tocar el alma, conservando la  herencia espiritual de aquellos tiempos que  llaman caliginosos”, pero esto, a su pesar, no es tan sencillo. España acoge  el  Barroco  (ese  goce torturado), con entusiasmo y con una fuerza particular, también la Universidad de Valencia acoge las innovaciones en biología y medicina, ya lo hemos dicho. Esto da cuenta de una realidad conflictiva,  aquella  que  denunciara  Garma,  cuyo  estudio está aún pendiente. A él  queremos  contribuir  desde  estas  líneas  porque actualmente, el lugar del saber parece que va cambiando aquí, coincidiendo con que la  ideología  (científica) que predomina en la ciencia es el empirismo (nueva complicación añadida), con el que siempre tuvimos menos problemas. Ese marco teórico no es el más apropiado para el psicoanálisis, pero ese ya no es un problema español sino de todo el mundo occidental; occidentado, como lo llama Vappereau.

23 Unamuno, M. : “El sentimiento trágico de la vida” Bruguera, Barcelona 1983

Señalamos que a este trabajo le falta un recorrido por los siglos XVIII y XIX, y los acontecimientos que dan lugar a la continuidad del “antiguo régimen” en España, que quedará pendiente para quien lo quiera retomar. 

Sólo señalar que la subjetividad española de la que hablamos es evidentemente una cuestión de discurso, modificable haciéndose responsable de ella, como se ve en los españoles que, en Hispano-américa, desarrollan los ideales republicanos y abren paso a la modernidad.

Tarragona, noviembre de 2001

Angeles Moltó y M. Soto