
19 May Dialéctica del deseo
El objeto del deseo y grafo
El deseo y su interpretación – sem. 6 - (1958 -59)
Después de las lecciones de Hamlet, Lacan dice que “la cosa freudiana es el deseo”. Este planteamiento nos remite por lo menos a dos cuestiones:
Por un lado, al hecho de que el deseo este muy poco desarrollado en Freud, y que sin embargo Lacan lo considere central en la obra freudiana.
Y por otro, a que Lacan tiene un escrito de 1956 que se llama “ La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en Psicoanálisis”. En ese escrito Lacan dice muchas cosas, subrayo sólo dos que tienen que ver con nuestro tema :
- Que el descubrimiento de Freud es que la verdad no proviene del saber sino de las formaciones del Inconsciente que son realizaciones de deseo, desarrollando a continuación la estructura del lenguaje, que resume en el planteamiento ético: “Wo Es war soll Ich werden”.
- Y que el yo no es la sede de ninguna síntesis sino del narcisismo, que es por un motivo narcisista que el sujeto renuncia al falo y que de la castración surge el deseo.
Así lee Lacan, ya en Freud, el deseo como un concepto fundamental, situado, como vemos en el grafo, en un lugar entre lo imaginario y lo simbólico.
Como he subrayado varias veces, ha resultado confundente en el movimiento analítico no distinguir entre el objeto del deseo y el objeto de la pulsión.
Al entender como “ objeto“ las zonas corporales separables, que, atravesadas por la palabra, se constituyen en significantes de la demanda, quedando el objeto,
en la alienación, completamente perdido, constituyendo la pulsión, el deseo y su objeto quedaron oscurecido s sin que nadie hasta Lacan se percatase de su falta de desarrollo.
El deseo se presenta en la clínica como un trastorno, algo que disloca la percepción del objeto y puede llegar a disolver al sujeto. No hay acuerdo preformado entre el deseo y sus objetos.
El deseo se organiza en el Inconsciente con sus mecanismos de metáfora y metonimia, pero en este caso se trata de metáforas que no engendran sentido alguno y de metonimias que no transportan ningún ser. Es un significante en la sincronía, pero no puede aparecer en el discurso.
El ejercicio de interpretación remite al sujeto de anhelo en anhelo, inscribiendo su movimiento y la distancia respecto a esos anhelos, pero no más. Recuerden ese punto en el toro que escribe el deseo, que es una vuelta más que está articulada pero no es articulable, que en cuanto es interpretada deviene una demanda más y el punto sigue estando más allá, más allá de la demanda.
Freud descubre que la castración está presente en cuanto el deseo se manifiesta. E n la interpretación, esa dimensión diacrónica es rica en la clínica, y el psicoanálisis se había quedado en ese nivel sin llegar a entender cómo se constituye el deseo y su
objeto.
Pero la estructura del lenguaje tiene un sistema sincrónico primordial; es en esa sincronía (ahí está el entre líneas) donde encontraremos la función del deseo. Siendo que el sujeto se constituye en el significante, pero no es un significante, será en la sincronía , entre el sujeto y el significante donde se sitúa el deseo.
El objeto a es sobre todo el soporte que el sujeto se da en la medida en que flaquea su certeza como sujeto por el hecho de que el significante no lo nombra.
La cuestión se juega por entero en relación al Otro, lugar de la palabra, en tanto ese Otro es para el sujeto el lugar de su deseo.
Para ver cómo se constituye esa relación sincrónica partimos de la posición subjetiva más original: la demanda.
De entrada el A aparece completo, tesoro del significante, pero enseguida la demanda lo divide. El resto de esa división es el objeto a’ (tomo aquí la escritura de Vappereau : $ – a/ A – a’), prueba de la falta en el Otro, del deseo del Otro .
El Otro al hablar no sólo ha de hacerse reconocer como demanda, también como sujeto. Pero tampoco hay significante que nombre al Otro, no hay Otro del Otro.
La demanda del sujeto exige un garante y el Otro no puede ofrecerse más que como lugar de la demanda; se manifestará por medio de dones o negativas, pero nada agota la falta en el nivel del significante. El sujeto al subjetivarse, subjetiva también al Otro (en el sentido que lo hace sujetado al lenguaje, no que eso pueda producir una relación intersubjetiva).
En el discurso del Otro, con el que constituye su Inconsciente, al sujeto le falta el significante que le permitiría identificarse como sujeto del discurso que sostiene.
El sujeto paga con una porción de su ser de viviente para inscribirse en el lenguaje.
Ese es el proceso de trauma e incorporación, que hemos visto, y que, luego de la constitución del narcisismo, en el Edipo se resignifica como castración.
El sujeto barrado se plantea, mirado por el Otro también barrado, como capaz de responderle en nombre de la tragedia común, él es quien puede interpretar lo que el Otro articula. Puesto que el Otro no tiene significante que lo nombre, el sujeto convoca desde otro lugar , desde el registro imaginario, en la relación imaginaria que mantiene con el Otro, cierta parte de sí mismo: el objeto a.
Si el Otro está faltado, ¿puedo faltarle? ¿puedo ser objeto de su deseo? Ahí encuentra el sujeto, mediante la operación que más adelante se llamará de separación, una identificación. En ese objeto el sujeto encuentra su soporte en el momento en que la falta de significante, que responda por su lugar de sujeto en el nivel del Otro, lo haría desvanecerse. La división como sujeto de la palabra queda suspendida ante la aparición en el Otro de ese resto a‘ del que el sujeto aporta la contrapartida a que viene a compensar en el Otro la falta de significante que responda. Un elemento imaginario surge como suplente del significante.
Lacan lee aquí el “Wo Es war, soll Ich werden” como: donde había el deseo inconsciente, yo debo designarme, designarme como objeto del deseo del Otro, puesto que no hay significante con que hacerlo.
Decíamos que la falta se resignifica como castración, pero a no es el objeto de la
castración, sino efecto de la castración; destinada a representar una falta con una tensión real del sujeto, pues éste no puede desear sin castrarse .
El objeto de la castración es el falo, que por un lado resignifica los objetos pulsionales, generando la sexualidad y en su cúspide , Φ mediante, la sexuación, y por otro tiene relación con a que no es un símbolo, sino un elemento real del sujeto .
En el falo se establece cierta convergencia entre lo imaginario y lo simbólico. Lo que en lo imaginario está casi separado pero no separado del todo del cuerpo, puede ser elevado a la función de símbolo de una amenaza a la integridad de la imagen.
Para no perder su integridad narcisística , el sujeto acepta perder el falo.
Si al final del Edipo ha hecho su duelo por el falo, le queda el a, ese término oscuro al que por un lado se identifica y por otro es la causa de su deseo.
Lacan los llama a los dos a, pero uno es el objeto perdido que nunca existió y otro es el objeto que viene del futuro. También al objeto de la pulsión lo llama objeto a. Lacan no nos ahorra leer como sujetos.
Como a no es el objeto del deseo, la relación entre el $ y a necesita de un montaje a medio camino ente lo simbólico y lo imaginario; eso es el fantasma .
En el momento del deseo se apunta a una nominación del sujeto ¿quién desea?
En el fantasma el sujeto está al borde de la nominación, es el momento en que el sujeto sufre al máximo el efecto alienante del lenguaje.
Siempre cuando aparece el deseo el sujeto está en riesgo de castración, de desvanecimiento; en ese momento su sostén es el objeto del fantasma, a; que es la forma más acabada de objeto, dice Lacan.
El fantasma fundamental ($<>a) significa precisamente que en la perspectiva sincrónica él garantiza como soporte del deseo su estructura mínima. Recordemos que a se sitúa entre el sujeto y el significante.
El sujeto frente al objeto constituyen el fantasma, pero además el sujeto se constituye como deseo en una relación tercera con el fantasma. De momento podemos leer el rombo como “deseo de”, de forma que en el fantasma el sujeto está en relación con el objeto pero también con el deseo .
Veamos primero tres especies de objeto a, los puntos en común de tres formas de objeto que pueden cumplir la función de convertirse en significantes que el sujeto extrae de su propia sustancia para sostener ante él el agujero, la ausencia de significante en la cadena inconsciente :
1 – Lo que desde siempre él llamó a: el objeto pregenital, los objetos de la pulsión, que ya vimos cómo se constituyen haciendo pasar la necesidad por el significante, y que se distinguen por ser separables del cuerpo, por someterse a la estructura de corte, a funcionar como elementos discretos como los del lenguaje.
2 − φ : el objeto involucrado en el complejo de castración , que resignifica el a objeto del deseo. Este no es en sí mismo un objeto separable, sino efecto del temor de una mutilación que lleva a una renuncia basada en el narcisismo. La “mutilación” deja una marca, pero no sobre el cuerpo, donde no falta nada, sino en el falo mismo que, a través del duelo de la renuncia, es elevado a la función de significante. Los ritos de iniciación tienen precisamente esa función.
La última frase que Lacan dedica al estudio de Hamlet queda sin explicación, la
clase termina así :
“Cuando el objeto al desaparecer, al desvanecerse por alguna vía, la principal es la del duelo, hace manifestarse por un instante la verdadera naturaleza de lo que le corresponde en el sujeto: las apariciones del falo, nos permite precisar la dialéctica del sujeto con el objeto de su deseo.”
Ante la desaparición del objeto, al sujeto le falta su lugar de amarre, de identificación, queda como puro deseo, como pura castración, en el borde del desvanecimiento. Ya dice Freud que el objeto perdido del deseo, con la condición de que lo sea realmente, genera una identificación que tiene que ser a un rasgo para que la sombra del objeto no caiga sobre el yo. Perdido el objeto del fantasma, a partir de ese rasgo hay que escribir un fantasma nuevo, reescribir el objeto.
No hay deseo sin castración, sin embargo el objeto en el deseo es a y el objeto de la castración es –φ. En esta frase Lacan nos dice que si desaparece a, aparece algo de la naturaleza de lo que de ese objeto corresponde al sujeto y que tiene que ver con −φ. Por tanto a y φ tienen alguna relación.
3– d: el delirio como objeto , que le permitía decir a Freud que aman a su delirio como a sí mismos . Tanto las imágenes como las voces responden a la exigencia formal de un objeto que puede ser elevado a la función significante del corte. El sujeto en el delirio sucumbe a una significación que apunta a él pero de una manera global, queda fascinado, fijado para sostenerse como ser de su Inconsciente.
Este tercero es el que menos nos interesa de momento para el recorrido que estamos haciendo, pero ayuda a entender la complejidad de lo que llamamos objeto .
Los dos primeros son los que se han confundido hasta ahora al no distinguir al objeto pregenital sometido a la genitalidad, que sigue siendo objeto de la pulsión, no tanto del objeto de la castración φ, que si ha sido siempre claro desde el Edipo en Freud, cuanto de ese objeto a, que no es el objeto de la castración sino efecto de la castración.
Continuando con el fantasma :
El fantasma está formado por el sujeto marcado por el efecto de la palabra $, en su relación de deseo <>, con un objeto a.
El deseo surge de la castración, y sin embargo el objeto de la castración φ, no aparece en la fórmula.
El fantasma no se confunde con la realidad, no se reduce al mundo común, es una dimensión del ser.
Lacan di ce relativamente poco del fantasma de momento, lo que hace sobre todo es colocarlo en el grafo; lo pone más o menos en frente de la pulsión, pero en otro registro. La pulsión está en lo simbólico, el fantasma no sólo.
En lo simbólico, a la derecha están los puntos de código: A y ($<>D) y a la izquierda los de mensaje s(A) y S( A), porque la significación es retroactiva.
La cadena inferior es donde el sujeto se encuentra con que hay lenguaje; luego es el discurso concreto, consciente, que con su recorrido imaginario permite al sujeto creerse ser su yo, creerse saber quién es.

Lacan sitúa el síntoma en s(A) la significación del Otro, vimos en Hamlet como esa significación deviene síntoma .
El vector S( A) ($<>D) el sujeto no lo articula como discurso, es el vector que escribe la represión originaria. Lo que articula el sujeto como discurso inconsciente, es decir entre líneas,
es lo que escribe el arco superior en sentido inverso como pregunta, donde ya no se dirige al Otro como pura demanda sino que lo interpela buscando una nominación; el sujeto busca situar se como sujeto de la palabra: Soy? Es? (ello en alemán) Quien habla? Qué me quieres?
Ya hemos visto que es desde esta pregunta sin más respuesta que S(A), que acabará encontrando una respuesta para su identificación que se constituirá como fantasma: la de ser el objeto para el Otro.
Ya en la pulsión encuentra el sujeto alguna forma de identificación en ese significante que no alcanza a nombrarlo pero que le permite decir si y no al Otro y empezar a colocarse como deseo.
Lo que van quedando establecidos como sus deseos son los que consiguen alguna satisfacción a través de la repetición .
El sujeto es aquel que lleva la marca de una repetición que para él permanece inaccesible si no es mediante la experiencia analítica. En el análisis, a medida que va surgiendo el desciframiento de la cadena inconsciente, al preguntarse por sí mismo, reencuentra la demanda de amor que instituye al Otro, y que sea anal u oral adquiere una función metafórica.
A ese Otro, en vista de que desea, es al que el sujeto puede preguntar por su
identidad; pero el Otro no tiene respuesta, sólo contesta S(A), y es entonces cuando el sujeto tiene que seguir su trayecto para terminar por construir su fantasma.
Dice Lacan que el fantasma es un punto de amarre a orillas del Inconsciente; el punto donde, en vista que el sujeto no encuentra nada que lo nombre como sujeto del Inconsciente, construye un apoyo imaginario.
El objeto en el fantasma ocupa en el piso superior el mismo lugar que la imagen del otro i(a) especular respecto al yo en el inferior; pero en el fantasma el objeto es el soporte imaginario en el que el sujeto ha de sostenerse en ese lugar de corte, de síncopa entre los significantes; elementos discretos que se superponen a los elementos separables que son también los objetos pulsionales .
El propio sujeto está barrado: faltado de diversas maneras pero también separado de su verdad inconsciente. Como dice Lacan el hablante entra en el juego a costa suya.
Angeles Moltó