
27 Abr La metáfora del amor
La transferencia - sem. 8 – (1960 – 61)
Empezamos hoy las clases fundamentadas en el seminario de “ La transferencia”, que Lacan inicia trabajando “El banquete” de Platón.
Con este seminario vamos a añadir el amor a las pulsiones y los deseos, para articular los tres conceptos.
“El amor permite al goce condescender al deseo”, dice Lacan –no recuerdo donde-; eso es lo que nos interesa del amor de transferencia, que el objeto amoroso contiene el objeto del deseo, y que el deseo podrá mostrarse tras el velo del amor. Será en este nudo donde veremos el deseo en estas clases.
Sin olvidar lo que veíamos en la clase pasada, que también podemos leer el goce como pulsional y que sería el amor edípico lo que permitiría a las pulsiones condescender al deseo, más allá de que toda demanda que engendra una pulsión genera un más acá donde también se aloja el deseo; esos deseos pregenitales que con el Edipo se resignificarán fálicamente.
Esa es la virtud del amor, pero cuando habla Pausanias dice que un deseo redoblado es amor, y sin embargo el amor redoblado deviene delirio. El amor demasiado enaltecido tiene sus reversos.
El amor de transferencia fue uno de los efectos con el que se enfrentó Freud de entrada en sus análisis. Al ver lo que le había pasado a Breuer con Anna O.
Freud se indigna con Breuer, se da cuenta que el analista tiene que aceptar ser colocado en el lugar del objeto de amor, pero no creerlo, no responder a esa demanda.
Como sabemos, tampoco Sócrates se cree el amor de Alcibíades, por eso Lacan dice que Sócrates sería el primer analista si no fuera porque le señala a Agatón su objeto, lo que el analista no debe hacer .
También Freud como Sócrates sabe que no tiene que apuntar al bien del analizante, sino a su deseo. Ambos saben que el deseo es atópico y no retroceden ante el escándalo de su decir, lo que a Sócrates le llevó a la muerte.
Se ha creído que aislarse con el paciente podría llevar a generar una situación erotizada; nada más lejos de la realidad. Me encierro con mi paciente, dice Lacan, para que aprenda lo que le falta que es su deseo, para que me ame, porque será como amante como aprenderá su falta.
El analista debe situarse de tal forma que ofrezca un lugar vacante al deseo del analizante para que se realice como deseo del Otro.
Lacan toma, en el seminario sobre “La transferencia”, “El banquete de Platón” para explicar lo que es el amor.
Que Sócrates se guiaba por su deseo lo vemos en que su comportamiento resultaba incomprensible, insensato, para los demás: cuando lo condenaron a beber la cicuta no eligió el exilio como hacían todos los que podían y él hubiera podido
hacer; se quedó porque el exilio era someterse a partir de entonces a la ley de los bienes, y él quería ser coherente con su de seo.
Como de la mayoría de autores clásicos, sabemos muy poco de Sócrates, pero por lo que nos ha llegado, parece que faltaban discípulos muy importantes a la hora de beber la cicuta; y Lacan sigue interpretando que alguien que se rige de tal forma por su deseo no suele estar rodeado de mucha gente.
También Freud se guiaba por su deseo: cuando tuvo claro, con su intuición, con su lectura magistral de la realidad, que la pulsión última era pulsión de muerte, lo escribió, aunque él mismo no tenía la teoría lingüística para sostenerlo; sus alumnos, sólo vieron el escándalo, y al no poder seguirlo decidieron que ya estaba demasiado viejo y que no había que tomar en cuenta sus últimas teorías. En realidad la pulsión de muerte sólo es entendible con la lectura del último Lacan; pero el propio Lacan conserva la teoría pulsional hasta el final, a pesar de no entenderla, porque si Freud la había sostenido por algo sería, como efectivamente pudo explicar al final de su obra .
El propio Lacan no fue entendido por sus discípulos, que fueron separándose de él en distintos momentos, pero incluso los que se consideran su familia dicen que sus últimas aportaciones son negligibles porque ya estaba viejo. No es una novedad que de las familias se puede esperar lo peor.
Tanto Freud como Sócrates enseñaban en esa posición que señala Lacan: no estoy aquí para su bien, sino para que me ame y como amante aprenda lo que le falta.
Ya en el libro 1 de su seminario: “Los escritos técnicos de Freud” Lacan distingue entre el amor imaginario y el don activo amor, que apunta, más allá del cautiverio imaginario, al ser del sujeto amado, a su particularidad. “ Así, dice, puede aceptar sus faltas y debilidades, incluso sus errores, pero se detiene en un punto: cuando el ser amado lleva demasiado lejos su traición a sí mismo y persevera en su engaño, el amor queda en el camino. ”
En los banquetes masculinos de la Grecia clásica, después de la cena se dialogaba sobre algún tema según las normas que se decidían. En la obra que lleva ese nombre, e l tema que se decide desarrollar en la charla de después de la comida es que cada uno de los comensales a su turno haga un “elogio del amor ”; de ahí surgen diversas teorías sobre el amor , algunas aún vigentes hoy, como la de la media naranja, que se encuentra en uno de los discursos ; aunque esa concepción se repite hoy muy simplificada .
Alcibíades, habiendo llegando tarde, trastoca la norma establecida y pretende que cada uno haga el elogio del que tiene al lado para conseguir que Sócrates, junto al que se había colocado convenientemente, tenga que declararle su amor .
Quiero resaltar tres enseñanzas fundamentales que Lacan hace surgir del banquete:
La primera es que Lacan encuentra en “El banquete” que el amor es una metáfora.
Lo que amante (deseante) y amado (deseado) intercambian no coincide nunca
con lo que el otro espera, porque el amor no es más, ni menos, que un significante, una metáfora, una sustitución.
La significación del amor se produce en la medida en que el amado, el que tiene, que no sabe qué es lo que el otro desea, decide ocupar el lugar del amante, del sujeto de la falta, del que toma una actitud activa.
Esa modificación resulta ser una metáfora; recordemos su estructura con un chiste, para recordar que las formaciones del inconsciente se construyen como tropos:

Fedro pone 3 ejemplos de parejas para mostrar cual es la situación más estimada por los dioses: aquella en la que se produce la significación del amor: Alcestes y Admeto, Orfeo y Eurídice, y Aquiles y Patroclo.
En los tres casos se trata de dar la vida por el otro, como el mayor acto de amor.
Alcestis, que es la esposa de Admeto -la mujer, la que no tiene se consideraba en posición de amante-, se encuentra en la situación de tener que dar la vida para que Admeto pueda seguir viviendo, y lo hace sin dudar.
Orfeo, el amado, se encuentra que su mujer Eurídice ha muerto y baja al inframundo a por ella, se habría producido la metáfora, pero no confía suficientemente en los dioses,
que le habían prohibido mirarla hasta que estuvieran completamente fuera del inframundo, y en el último momento desobedece; eso no es del gusto de los dioses, y Eurídice queda definitivamente en el inframundo.
La certeza de una vida inmortal, después de la muerte, tenía en la cultura de la Grecia clásica una fuerza incomparable con la de la cultura cristiana .
En el caso de Aquiles, él es el amado y Patroclo el amante. Al morir Patroclo, Aquiles no tiene consuelo y quiere ir a luchar contra Héctor para vengar su muerte. Su madre Tetis le avisa que si no va en busca de Héctor llegará a anciano tan ricamente, pero que si va en busca de Héctor morirá; Aquiles no lo duda: va y muere.
Lo que cuenta Fedro es que el amor que más valoran los dioses es el que siente el amado por el amante, es decir el que hace que el amado sea capaz de ocupar el lugar de amante.
Orfeo queda inmediatamente desechado porque, aunque se atrevió a bajar al inframundo por amor, no fue capaz de cumplir las condiciones a las que se le sometió; pero entre Alcestis y Aquiles ¿Quién es capaz de un amor más pleno?
Alcestis en la cultura griega está en posición de amante, puesto que no tiene y por tanto es Admeto el amado; ella da a vida por él, sí, pero de alguna manera eso es lo esperable. En cambio Aquiles, siendo el amado, para dar la vida por Patroclo tiene que cambiar de posición y por esa razón será el amante más valorado por los dioses,
porque el cambio de posición convierte el deseo en amor .
En la cultura actual los roles no están repartidos de ese modo fijo y precisamente cuando hay amor, amante y amado intercambian continuamente sus posiciones y es en ese intercambio donde podemos ver la significación producida por el deseo, una relación amorosa que funciona.
Fíjense que el amor, que surge como una significación de un deseo redoblado , no depende simplemente de la demanda, este es el amor imaginario que les citaba del seminario 1.
La segunda enseñanza es como Sócrates se niega a responder al amor de Alcibíades, no aceptando la posición de amado, es decir de objeto narcisista, manteniendo su posición de deseo puro y enigmático, que Lacan dice debe ser la posición del analista, que debe ocupar un lugar que ofrecer al analizante, un lugar vacante al deseo del paciente para que se realice como deseo del Otro. Por eso un análisis no será nunca una relación amorosa, el analista no aceptará nunca el cambio de lugar.
Sócrates es el que pone las cosas en su sitio, pues en cuanto empieza a hablar de amor pasa al deseo. El amante es el sujeto del deseo, el sujeto faltado, que cree que el amado tiene ese algo que el amante quiere. La cuestión es saber si eso, que se supone que tiene, guarda alguna relación con lo que al sujeto del deseo le falta. En el deseo no hay simetría.
Sócrates nos permite captar el momento donde, de la conjunción del deseo con su objeto en tanto inadecuado, debe surgir aquella significación que llamamos amor.
Por eso Lacan dice que amar es dar lo que no se tiene; el amado no tiene el objeto, pero se presta al juego de darlo.
Sócrates le dice a Alcibíades que lo que él tiene no es más que algo de saber sobre el amor, que ese objeto que el General busca, él no lo tiene, que lo que tiene no lo valoraría, y que no se lo va a dar. Sócrates sabe que no lo tiene, lo que no sabe es que en realidad el objeto del deseo es imposible de dar.
El analista acepta encarnar el objeto que busca el analizante, pero no en posición de amado sino de deseante puro, con un deseo sin más objeto que la tarea misma.
El paciente llega al análisis buscando ser amado, buscando lo que le falta, sin saber que no sólo el analista no lo tiene, sino que eso está definitivamente perdido; y acabará su análisis cuando acepte ser un deseante, alguien faltado, siempre a la búsqueda de no sabe exactamente qué, pero de lo que siempre podrá construir una versión mejor, de eso que en el límite nunca encontrará.
Tampoco el saber sobre su Inconsciente, que el analizante supone que tiene el analista , éste lo tiene; también en este aspecto el analista es parecido a Sócrates: pone su no saber al servicio de que el saber del analizante pueda desplegarse. Para eso efectivamente el analista tiene que saber un montón de cosas, pero nada del Inconsciente del analizante, como éste supone.
La tercera enseñanza que extrae Lacan de este diálogo es la que Sócrates pone en boca de Diotima, que nos es presentada como una especie de maga, una sabia en
cosas de brujería.
A pesar de que Sócrates siempre había dicho “sólo sé que no sé nada”, también había dicho que si de algo sabía algo era del amor, y sin embargo cuando le toca hablar a él sobre el amor, dice que lo hará por boca de ella, que contará algo que ella le contó. Al excluirse se pone en posición de sujeto, se constituye como Inconsciente.
Diotima nos cuenta el mito del nacimiento del amor, de Eros; es un mito que sólo existe en Platón, un mito de Platón .
Eros es hijo de Poros, que traducimos por recursos (también podría ser astucia, puesto que el padre de Poros es Metis, la invención, pero recursos va mejor para el mito; Lacan lo traduce incluso por palabra), y de Penia, la pobreza, o de Aporía, falta de recursos.
De Poros y Aporía surge Eros, el amor.
El mito cuenta que en la fiesta del nacimiento de Afrodita no habían dejado entrar a Penia porque no tenía nada que ofrecer .
Poros se duerme en el jardín porque está borracho y Penia, que está bien despierta, aprovecha para acercarse y seducirlo. Él es el que tiene, el deseado, y ella la que no tiene, la deseante, la activa. De esa unión nace Eros, que fue concebido el día del nacimiento de Afrodita; y por eso el amor siempre tendrá alguna oscura relación con lo bello, y con su madre: la falta .
Lo que Penia busca son precisamente los bienes, Poros, pero el recurso que tiene Eros es el falo, un significante, una falta. Así, el deseo es hijo de la falta que se las arregla para tener recursos.
La belleza es lo primero que se nos presenta, lo que nos atrae, pero no tiene nada que ver con tener o no sino con ser y concretamente con ser mortal, es el velo que oculta lo mortificante del significante.
El amor es una significación, lo que permite al goce condescender al deseo, es dar lo que no se tiene. Porque dar lo que se tiene es la fiesta como acabamos de ver.
En el amor, el que tiene sabe que eso no es, pero se presta al juego, y el que no tiene descubre que no lo encuentra, pero también se presta al juego, porque no se trata ni de ser ni de tener sino de parecer, de jugar el juego. Por eso cuando la ficción se desvanece, siempre el otro nos engañó, no era lo que parecía, no nos dijo la verdad, ….
Que el amor sea una significación es lo mismo que sea una ficción. Como repetía Soto, ficción no significa ilusorio, no es lo imaginario; la verdad tiene estructura de ficción, la ficción es simbólica.
Como dice Lacan en el Seminario 1, si cualquiera de los dos se lo cree demasiado, se traiciona a sí mismo y el amor queda en el camino.
Angeles Moltó